lunes, 6 de febrero de 2012

La habitación


Encerrado, piensa, encerrado en esta habitación y ni una gota de nada. La mañana sube desde el horizonte y los rayos de sol asoman por esa línea a la que nunca nadie pudo llegar. No hay palabras, ni cigarrillos, ni vino que tomar, apenas una ventana y la posibilidad de observar un patio desprolijo con el pasto alto, dos o tres árboles torcidos y gruesos, y una carretilla oxidada y agujereada que sirve de macetero.

Sigue pensando y no recuerda cuándo entró a la habitación. Su llegada fue una posibilidad que consideró única, el momento que había deseado desde hacía años. La tranquilidad de la soledad, el silencio que abre las puertas a la imaginación, la sensación de que el mundo está congelado mientras un río de palabras fluye torrencial. Pero eso fue antes de cruzar la puerta.

Ahora era no saber. Se sienta, intenta pensar, recordar algo fugaz, una figura simple y concreta que le permita confirmar que salió de la habitación. Sabe que tiene una ex esposa y dos hijos. Recuerda que trabajaba de corrector en una revista. Reconoce ciertos fragmentos lejanos de su vida. Lo demás es una laguna infinita y borrosa. Junta fuerzas para recordar más, pero no tiene noción de lo que hizo ayer.

En la habitación hay un teléfono. Agarra el tubo y escucha. Silencio. También hay una puerta por la que puede salir. No tiene ánimos de hacerlo. Va hacia la cama, se sienta y deja caer la cabeza sobre sus rodillas. Se recuerda en un banco de la estación de subte Castro Barros. Las paredes con cerámicas, el calor pegajoso, las luces blancas y los ruidos de la calle que se filtran por las ventilaciones. No hay gente. Pasa el subte y los vagones destartalados de madera se convierten en continuos flashes amarillos.

No recuerda nada más.

Camina hasta la mesa donde hay una pila de hojas blancas. En una esquina, diez o doce hojas escritas. Es su novela, o lo que deseó en algún momento. Lee con atención aunque la mente se dispersa. Vaguedades, piensa, palabras amontonadas que apenas tienen coherencia. Balbucea que algo no funciona. ¿Hace cuánto tiempo está encerrado? ¿En qué instante el mundo exterior se volvió hostil y ajeno?

Entra al baño. Se mira al espejo y su cara sigue igual, pero siente los gestos inexpresivos y distantes. Abre la canilla y se lava la cara. La piel se enfría y estira, disfruta el agua fresca sobre su rostro.

Se dice, convencido, que va a escribir, que a eso vino, que dejó todo por esas hojas blancas que se levantan prolijas sobre la mesa.

Soledad y silencio, piensa, eso buscaba. Tiene que escribir, anular los interrogantes y vacilaciones, reprimir los pensamientos innecesarios, y comenzar a trazar las líneas que lo encerraron.

Antes de escribir, rodea la habitación con la vista. Busca un libro, ninguno en particular, solo quiere saber si llegó con un libro. Alguna vez leyó que ante el terror de la escritura, un buen antídoto es leer a los autores preferidos. En la habitación no hay nada fuera de los común: la cama contra la pared, una mesa de luz en el costado izquierdo, un velador de pie a la derecha, un armario, la mesa que sostiene las hojas y dos sillas.

Anochece y los sonidos nocturnos nacen calmos, espaciados, regalan tranquilidad. ¿Cuántas horas estuvo sentado frente a la mesa? Dentro suyo no hay nada.

Siente que afuera palpita una ciudad y su cuerpo se estremece. No tiene una historia, ni fuerzas, ni esa electricidad que le corría por todo el cuerpo cuando escribía en el caos de sus días pasados. Duda otra vez, como lo hizo desde que entró en la habitación.

Nada lo detiene para salir, y eso hace. Sabe que en aquellas calles está lo que busca.

(Caracas, enero de 2012)

miércoles, 18 de enero de 2012

Morocho Hernández hizo que Venezuela tocara el cielo del boxeo mundial


Levantó los brazos, miró hacia arriba y le agradeció a Dios. Era el 18 de enero de 1965 cuando Carlos Morocho Hernández se convertió en el nuevo campeón mundial del peso welter junior. 

Minutos antes, el estadounidense Eddie Perkins había estado durante 15 rounds abrazándolo, para cansarle los hombros y los brazos. Pero los derechazos de Hernández habían sido más certeros, buscando el hígado para bloquear el aire o una mandíbula descubierta, para rematar la pelea.

Morocho Hernández festejaba y su esposa, Yolanda, desde las tribunas dejaba atrás el sufrimiento y los nervios para sumarse a las alegrías.

El Nuevo Circo de Caracas estallaba. Por puntos, este boxeador nacido en La Pastora en 1940, se convertió en el primer campeón mundial que daba Venezuela.

Ahora Morocho Hernández está rodeado por su familia. Sus hijos lo abrazan, Yolanda se sienta a su lado y una de sus nietas lo sigue a todas partes cuando, ese cuerpo marcado por 25 años de boxeo, se mueve por la casa.

"Gracias a Dios", repite Hernández, como hace 47 años, cuando los reflectores que colgaban sobre el ring iluminaban la gloria. "Mucha felicidad", dice, y una sonrisa, que nunca falta en su cara, acompaña a sus ojos cuando mira a Yolanda.

Antes de su consagración, Hernández era un adolescente de 15 años que se inició en el boxeo amateur donde consiguió 25 triunfos y ninguna derrota, y la conquista del Cinturón de Diamante en el II Campeonato Mundial de Boxeo Aficionado, realizado en México. Para ese momento quedaban pendientes su debut profesional, en 1959, contra Félix Gil en Caracas; el fogeo de combates en Cuba y los duros entrenamientos que lo templaron sobre el cuadrilátero.

Morocho no se decide sobre cuál ha sido su mejor pelea, pero el triunfo sobre Perkins y el combate en Buenos Aires contra Nicolino Locche están entre los más recordados, como también la pelea contra Ángel Mantequilla Napoles.

Yolanda recuerda que a su esposo, como boxeador, le gustaba "ir para adelante, le gustaba fajarse" y demostrar que era el mejor.

Con un récord profesional de 60 victorias, 44 por la vía rápida, 4 empates y 12 derrotas, Hernández aconseja a los más jóvenes que "hay que cuidarse y entrenarse".
Aunque Yolanda reconoce que luego de su carrera, el boxeo para Morocho no es lo más interesante, por eso ni siquiera ve combates por televisión. Como ejemplo, explica que cuando sus hijos intentaron comenzar una carrera como púgiles, su padre fue claro al decirles que solamente iba a permitir eso, si lo tumbaban a él en un ring. Las aspiraciones de sus hijos duraron bastante poco.

Frente a los guantes de Hernández pasaron boxeadores de la talla de Douglas Vaillant, Alfredo Urbina, Kenn Lane, Lem Mattheus y Bunny Grant.

Luego de su consagración mundial, Morocho defendió el título en tres ocasiones y lo perdió contra Sandro Lopopolo, con la ciudad de Roma como escenario.

En un mundo difícil como el boxeo, donde los empresarios y promotores buscan las ganancias máximas a través de sus discípulos, los altibajos tampoco estuvieron ausentes. El alcohol, los excesos y cierta falta de disciplina hicieron mella en Morocho. Aunque Yolanda aclara que en esa época, si bien su esposo bebía, "si se tomaba un vaso de agua la prensa ya decía que era ron".

Su última pelea fue también la despedida del boxeo profesional, el 11 de mayo de 1971 cuando cayó por KO técnico en el octavo round con el escocés Ken Buchanan, en Londres.

Pero Hernández todavía se acomoda con la derecha recogida y el puño izquierdo adelante, cubriendo parte de la cara. Sonríe y deja que Yolanda vuelva al pasado, donde los disgustos se mezclaban con las alegrías de los triunfos. Dice que está orgullosa y que "es espectacular saberse la esposa del campeón del mundo".

Entre fotos en blanco y negro donde se le observa trabar los codos con Lopopolo. Entre trofeos, diplomas y guantes que en un pasado saborearon la gloria, Morocho Hernández no vacila cuando dice que en estos días está "tranquilo y pa' lante", con el calor de su familia alrededor y una sonriente vida de 71 años.

(Publicado el 17 de enero de 2012 en www.avn.info.ve)

sábado, 7 de enero de 2012

Andrés Rivera: Un escritor nunca es neutral



-El pasado 13 de agosto se presentó el escritor Andrés Rivera en la Biblioteca Popular “Eduardo Martedí” del barrio porteño de Balvanera (Pasco 555). Fundada por un grupo de jóvenes discípulos, lleva su nombre en homenaje al historiador, docente y militante socialista fallecido en 2003. Allí se desarrollan variadas actividades: presentaciones de libros, videos, charlas, encuentros de poesía, peñas, etc. Fue inaugurada en marzo de 2010 y pasaron por su amplio salón de fiestas, entre otros: Alfredo Grande, Juan Carlos Cena, Ricardo Napurí, Daniel Omar de Lucía, Luis Mattini, Mariano Pacheco, Alejandro Lipcovich, Henry Boisrolin y Vicente Zito Lema. Cuenta con un patrimonio de 3000 libros, habitualmente frecuentados por vecinos y estudiantes del barrio. En la oportunidad, Mario Hernandez, habitual presentador de las charlas, grabó la conferencia de Andrés Rivera que luego de una breve presentación respondió a las preguntas de un público que alcanzó el centenar de personas.


-Uds. saben que se habla de literatura comprometida. Esa expresión se acuñó -a mi juicio-, cuando Jean Paul Sartre entró decididamente en el campo político e ideológico. El dio pie a este término: literatura comprometida, expresión a la que algunos hemos y seguimos adhiriendo.

La literatura argentina, la narrativa siempre estuvo comprometida. Les voy a leer dos o tres títulos como ejemplo: “El Matadero” de Esteban Echeverría, “Amalia” de José Mármol y “Emma Zunz” (cuento incluido en el libro “El Aleph”) de Jorge Luis Borges.

Ahí está parte de nuestro pasado y el Borges que nos quieren vender. El mismo que escribió “Emma Zunz”, que es un cuento comprometido política e ideológicamente.

Amalia” de José Mármol está escrita por un unitario. Un enemigo declarado de Juan Manuel de Rosas, a quien no se trata de reivindicar, porque a mi juicio fue el mayordomo de los grandes hacendados y terratenientes bonaerenses que siguen hoy. Basta asomarse a la Sociedad Rural y ahí están, formando parte de la Mesa de Enlace cuatro o cinco apellidos de origen italiano. Pero detrás están esos grandes hacendados que vienen desde la inconclusa Revolución de Mayo. Son los que intentó combatir Moreno, los que enfrentó Castelli y los que erigieron a Rosas como su representante político e ideológico, al punto que no es osado afirmar que La Mazorca fue el primer Grupo de Tareas que conoció el país. Las organizaciones de Derechos Humanos contabilizan 30.000 desaparecidos, y hablan de los Grupos de Tareas. La Mazorca fue un Grupo de Tareas. Inauguró el universo de los Grupos de Tareas que tienen nombre y apellido, varios, voy a dar solamente dos: Emilio Eduardo Massera y Ramón Camps, que fue Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Para no hablar de todos aquéllos que mandaron al exilio o a la muerte, a miles y miles de argentinos. Esto habla también de cuán fuerte es la tradición de la literatura comprometida argentina con los títulos que acabo de leerles. No hay otra para los intelectuales argentinos. No hay posibilidades de evadirnos del mundo en el que vivimos.


El panorama actual

Personalmente soy un privilegiado. ¿Sólo porque no vivo miserablemente? No, vivo muy bien. El Premio Nacional de Literatura me proporciona una cantidad respetable de dinero mes a mes. Creo que se equivocaron cuando me dieron el premio, no se dieron cuenta y ahí está.

Entonces, pienso qué ocurre hoy, después de esta breve enunciación de nuestro pasado, en la literatura de ficción. En primer lugar hay que destacar un hecho: hace décadas que desaparecieron esas editoriales argentinas que fomentaban el libro y daban pie para que los jóvenes escritores, que por primera vez debutaban con sus inéditos en el mundo real de la ficción, pudieran hacerse conocer. Hoy eso ha desaparecido. Hoy los escritores e intelectuales argentinos enfrentan o tocan el timbre en grandes editoriales españolas, que se han expandido por todo el país. Hoy es muy difícil encontrar sellos jóvenes, llevados adelante por argentinos -y no pretendo hacer reivindicaciones criollas- y con la mira puesta en expandir los libros de autores argentinos.

Por cierto, los representantes políticos del Estado Nacional se preocupan de otros asuntos, menos de la cultura. No hay una editorial que esté sostenida por los representantes políticos del Estado, que con participación de escritores argentinos, pueda abrirles las puertas a aquéllos que por primera vez incursionan en el mundo de las letras. Este es un panorama, me animo a decir, desolador.

Décadas atrás, se dio el fenómeno, que escritores jóvenes armábamos editoriales. Yo participé de una de ellas junto al poeta Juan Gelman y algunos otros. La llevamos adelante yendo por las librerías de la calle Corrientes, distribuyendo nosotros los libros, llevándolos a los diarios para que hicieran alguna nota y vendiéndolos a nuestros amigos, a conocidos, al médico que nos atendía. Eso ha desaparecido. Hoy las librerías de la calle Corrientes también son grandes centros de venta de libros. Es difícil encontrar libreros que tengan opinión propia sobre los libros que venden. Están exhibidos en mesas que dicen “novedades”, otras aluden a los libros argentinos recién aparecidos y luego la literatura norteamericana y alguna francesa que llega poco. Acá todavía se siguen vendiendo a los escritores norteamericanos, cosa que no me parece nada mal. Debo decir que si hubo una literatura que me influenció, que pesó en mi trabajo de autor de narrativa, fue la norteamericana. Puedo citar dos nombres, que a Uds. no les van a resultar ajenos: William Faulkner, el autor de “El sonido y la furia” y Ernest Hemingway, autor de algunos cuentos realmente notables y de novelas muy flojas como “Por quien doblan las campanas”, donde puso en juego su compromiso con la República Española y su liberalismo avanzado. Recuerden que Hemingway se suicidó y hay fotos que lo muestran abrazándose con Fidel Castro. Creo que su último libro, “El viejo y el mar”, lo escribió en Cuba donde tenía una vivienda que había comprado con los ingresos que le reportaban la venta de sus libros.

Hay desatención del Estado, las grandes editoriales son de origen español y no hay movimientos de escritores jóvenes, que lleven una tarea de difusión de su propia obra o la creación de sellos editoriales. Un trabajo que realmente significa mucho esfuerzo para colocar lo que producen. Este es el panorama que les puedo ofrecer, de hecho es lo que a mi juicio existe y forma parte de la realidad argentina. La literatura argentina cuenta con buenos narradores. Voy dar dos nombres: Juan José Saer y Ricardo Piglia. Sobre la obra de Eduardo Belgrano Rawson, creo que es muy buen escritor, que parece sentirse cómodo en San Luis y ha producido poco, pero insisto, se encuentra entre los mejores narradores de la actual literatura argentina.


En cuanto a mis libros, particularmente puedo reivindicar “La revolución es un sueño eterno” y “El farmer”, porque implicaron para mí una tarea singular que requirió un gran esfuerzo. No soy para nada un admirador de Rosas, pero me tuve que poner en su piel cuando escribí “El farmer”, no traicionarme, es decir, que aquello que representó Rosas en su tiempo no me inhibiera de ponerme en su piel y hablar como si fuera él. Creo que lo logré. Esos dos libros son los que puedo defender y de los que mi memoria conserva una impresión gratificante.

Escritores como Belgrano Rawson, como yo, como Saer en su momento, no pueden esperar otra cosa que reuniones como éstas, en que de pronto se pone de pie un lector y te habla de algo que a uno le es familiar, menciona un título que también lo es, y entonces la memoria te golpea como una campana diciéndote: “acordate que esto lo escribiste vos”. Realmente es para agradecer que haya lectores que digan que un título o un libro que uno ha escrito le ha enseñado mucho. Yo nombré a Faulkner, a Hemingway, porque la primera versión de “El precio” (1957), diría que tenía una impronta faulkneriana abusiva, abundante, excesiva. La nueva versión que corregí es otra cosa, forma parte de este interminable aprendizaje de la escritura, que termina con uno mismo.

Ahora, estoy en un momento que puedo decir con Borges, que no leo, releo. Eso es lo que hago, releo textos que ya he leído, vuelvo a poner los ojos sobre algunos cuentos de Hemingway, sobre algunas páginas de Faulkner, sobre algunos textos que aparecen en los diarios, y por los cuales me entero qué opinan ciertos escritores argentinos o no. Y dónde están parados en este mundo, dónde se ubican, con quiénes o contra quiénes están, porque siempre se está contra algo. Un escritor nunca es neutral.

Cuando me animo a recorrer desde Callao hasta el Obelisco las librerías de la calle Corrientes, y me paro en el umbral de algunas de ellas y miro a su interior, a ojo de buen cubero, digo: “Hay como 5000 libros que no voy a leer nunca”. Alguna vez esa reflexión me resultó casi aterradora. Hoy la mía no es la resignación de aquél que pone la otra mejilla para la otra bofetada, pero es realmente imposible.


No vivo de los talleres de escritura

Tengo mi puerta abierta para aquéllos que me traen sus textos y yo respondo, pero no vivo de los talleres de escritura. No quiero que mis ingresos vengan de ese mundo, es decir, de un mundo cruzado por la ansiedad, por el deseo de saber, de aprender, pero con una necesidad muy intensa de salir a la luz. Yo no comulgo con eso. Mis ingresos provienen de mis derechos de autor, del Premio Nacional de Literatura y de los anticipos de la Editorial Planeta, uno de los grandes sellos de origen hispánico.

Tacho lo que he escrito porque releo al día siguiente La mañana me concede toda la frescura que dan 5 o 6 horas de sueño, un buen desayuno y me pongo a escribir. A veces escribo 5 o 6 páginas de un cuaderno, porque escribo a mano, y otras, cero. Tacho lo que he escrito porque releo al día siguiente. Son recomendaciones de escritores como Faulkner y Hemingway: “que uno no termine un capítulo, sino que lo deje a terminar, para poder retomarlo bien al día siguiente”. Leo lo que escribí el día anterior y puedo tacharlo o no, puedo limpiar, a esa tarea me someto con muchísimo placer.

Yo no leía a Borges. Por azar conocí a la novia de Borges, Estela Canto, no María Kodama. Estela tiene un libro que se titula “Borges a contraluz”. Estela Canto fue una novelista exquisita y su hermano, Patricio, fue el traductor de la novela de Norman Mailer que lo llevó al éxito editorial: “Los desnudos y los muertos”. Patricio Canto era tan buen traductor que se hizo cargo del slang, del lunfardo de los afroamericanos. Estela y su hermano Patricio, venían de una familia uruguaya que había perdido su fortuna. Vivían juntos en un departamento de la calle Tacuarí. Un día, Estela perpetró una de esas audacias que siempre se le reprochó en la Revista Sur, que dirigía y fundó Victoria Ocampo; ingresó a La Hora, un matutino editado por el Partido Comunista. Ahí la conocí a Estela, a quien interpelé de un modo muy brusco: “Y vos, ¿quién sos?”.

Estela que tenía un cuello muy grácil, giró la cabeza hacia mí y me dijo con una dulzura que bordeaba el desprecio: “Yo soy Estela Canto”.

Nos hicimos muy amigos y ella rompió con uno de mis prejuicios, me incitó a que leyera a Borges a quien yo no leía por una razón ideológica, ya que el Partido Comunista lo había puesto, digamos, en penitencia, en un cono de sombra. Estelita me convocó a que lo leyera, luego me dio sus libros que son cartas que se enviaban y espléndidas fotografías de ambos. Ahí descubrí a Borges. Voy a decir una sola de las cosas que Borges me entregó generosamente con sus libros: me enseñó a adjetivar.

A Borges hay que leerlo todo. Cuando lo releo siempre descubro algo distinto y puedo incorporarlo a mi propia mochila.

-¿Qué me quiere decir con referentes ideológicos?-

Leí con mucho placer a Marx y Engels. Para aquéllos que quieran llevar adelante un ensayo que se respete a sí mismo, basta con leer “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, uno de los primeros libros de Engels. Cualquiera de nosotros lo puede leer. Ud. lee el “Manifiesto Comunista”, y el mismo está escrito bellamente. Deje de costado la ideología. Son datos de la realidad. He leído a Gramsci, sus “Cartas desde la cárcel”, y son realmente notables. Mussolini supo lo que hacía cuando lo encerró y lo dejó morir en la cárcel. A Isaac Babel (1894-1941) lo liquidó la burocracia estalinista. Era un escritor realmente notable. El mundo estalinista ahogó todas las expresiones de una literatura que debería haber sido heredera de los grandes escritores rusos del siglo XIX, comenzando por Chéjov.


No suena la Marcha Peronista con la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner

Hoy es difícil localizar en eso que se llama clase obrera, un mundo que enfrente a la estancia, a lo que simboliza la Sociedad Rural. ¿Qué es hoy la clase obrera? ¿Quiénes se identifican como sus representantes políticos e ideológicos en este país? El peronismo ya no, porque ni siquiera la Presidenta de la Nación habla del peronismo. Por cierto, en la Casa Rosada, tienen un salón donde hay un retrato de Perón y Eva Perón, ineludibles, pero no suena la Marcha Peronista con la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Es un Poder Ejecutivo, comenzando por la Presidenta, “muy diplomático”. Ingresan todos, los torturadores y los torturados. También he visto en la TV el retrato de la dirigente socialista Alicia Moreau de Justo.

Cuestiones personales

Yo conocí a Pirí Lugones. Ella tiene, a mi juicio, una frase inmejorable: “Soy la nieta de un poeta y la hija de un torturador”. Su padre que también se llamaba Leopoldo. Pirí era la responsable de la desaparecida librería de Jorge Alvarez que estaba en la calle Talcahuano. Hace décadas, caminando, me la encontré en Talcahuano y Corrientes. Pirí era una mujer de una notable belleza y muy imperativa. Me dijo: “¿Qué hacés vos por acá?”. Y le respondí: “Camino, Pirí”. Entonces me dijo: “Vení” y paró un taxi para llevarme a su departamento de la calle Rivadavia. (…) realmente era un placer estar con Pirí. Después la mató la dictadura. Era realmente muy coqueta, demoraba dos horas para arreglar su pelo, los colores de su cara. Cuando ingresa a Montoneros –yo alcancé a verla una sola vez-, tenía la cara de una monja, limpia, pálida, desprovista de todo maquillaje y se manejaba con un tono enfático, de dogma. Pirí estaba comprometida hasta la muerte con la propuesta de Montoneros. Y la mataron.

Yo no he sido torturado. Vivía en Córdoba y salvé mi vida cuando un “señor” que se llama Luciano Benjamín Menéndez, apuntaba sus fierros para hacer de Córdoba un mundo feudal y silencioso. Salí de Córdoba para Buenos Aires porque mi hijo mayor enfermó. Embarqué para Buenos Aires. El muchacho murió y yo salvé mi vida.

Yo tengo mucha cautela cuando aludo a la ternura, porque es una expresión, como cariño u otro sinónimo, que se expresa muy poco en la vida cotidiana. Ud. sale al umbral de su casa y con la persona que transita por la vereda solo habla de sus relaciones con el dinero. Que necesita dinero para esto y aquello, un préstamo y así. La ternura se refugia en consecuencia en los ámbitos privados donde puede desplegarse o no. La pereza yo no la veo. Es una elección de cómo escribir, de la que me hago cargo y trato de mejorar en la medida que escribo. Mi último libro es “Kadish” y habrán advertido que no llega a las 70 páginas. Tengo que agradecer al editor de Planeta que me la publique. A David Viñas le debe haber estallado el corazón porque la dictadura le mató dos hijos cuando estaba en el exilio. Sin embargo, retornó y escribió. Hay que ubicarlo entre esa reducida falange de escritores argentinos que todavía el mundo puede reivindicar.

-Fragmentos de la charla ofrecida por el escritor Andrés Rivera el pasado 13 de agosto en la Biblioteca Popular “Eduardo Martedí” (Pasco 555) del barrio de Balvanera (CABA). Desgrabación y Edición: Mario Hernandez.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Un blues en La Coruña



La noche abraza San Telmo. El día comenzó demasiado temprano, como también los reencuentros con amigos, siempre acompañados con cerveza negra.

Ocho o nueve de la noche. Las calles palpitan aunque sea miércoles. Espero a Pablo. Hace algunos años que no nos vemos. Sabemos en qué andamos cada uno, a veces nos escribimos correos, pero la conversación, ese sentimiento de ver los gestos del otro, palpar la intensidad de sus palabras, saborear las carcajadas estruendosas, ese conjunto fraterno sólo se consigue con una charla.

Entro en La Coruña. Mesas largas, un mostrador de madera y estaño un poco vencido en el medio; detrás, casi llegando al techo, un sinfín de botellas de todos los tiempos. Algunas todavía están a medio vaciar, otras se convirtieron en piezas de museo.


Me acomodo en un rincón, contra una de las ventanas. Desde ahí puedo ver todo: algunas parejas que se acarician, dos señores que comentan alguna noticia que leyeron en el diario, un matrimonio que entra y preguntan si sirven de cenar, tres tursitas nórdicos de piel blanca y ojos celestes que beben vino sin parar. Pero la figura principal está en la otra punta del boliche. Es rubio, de rulos, flaco como una espiga y, por lo visto, hace varias horas que está borracho como una cuba. Sus largas piernas están protegidas por jeans negros; después una camisa blanca y un chaleco de cuero negro. También toca la armónica y, entre melodía y melodía, canta con voz gangosa y un poco apagada. Canta blues, canciones fantasmas, lamentos que florecieron en el sur de Estados Unidos y se esparcieron por la tierra.

En La Coruña hay tres mujeres que atienden a los bebedores y comensales. Parecen hermanas, pasaron los sesenta años y se mueven alrededor de ese hombre que no deja de tocar la armónica. Tengo la sensación de que lo protegen y por eso están atentas de que no trastabille o su vaso quede seco de cerveza.


Uno de los señores que comenta las noticias del diario se queja por ese sonido que no entiende. Pienso que, simplemente, habría que decirle que es las más exicitante música. Por suerte, nadie le hace caso y algunos lo miran con mala cara. Estamos bien entre esos aullidos de blues, vino sabroso y cervezas frías.

La noche recién comienza. Llega Pablo, nos abrazamos. Por delante sólo quedan nuestras historias, despechos fugaces, amores nacientes, literatura y política. Estamos tranquilos, porque esa noche nos protege una armónica que estremece de blues.

(Caracas, 2 de diciembre, 2011)

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ancla: la información clandestina como resistencia a la dictadura argentina


Mientras el pesado plomo de la dictadura militar caía sobre Argentina, un puñado de periodistas y militantes revolucionarios emprendió una de las experiencias de comunicación clandestina más importante en ese país.

La Agencia de Noticias Clandestina (Ancla) tuvo una corta pero intensa duración, esquivando el asedio del aparato represivo que la Junta Militar multiplicaba por todo el territorio argentino. Encabezada por el periodista y militante de la organización Montoneros, Rodolfo Walsh, Ancla tuvo la virtud de informar sobre el silencio que sobrevolaba el país en 1976, primer año del régimen militar que duró hasta 1983.


La historia, el funcionamiento, las voces de sus protagonistas y el análisis de este medio, son los pilares que la periodista Natalia Vinelli profundiza y quedan plasmados en el libro Ancla. Una experiencia de comunicación clandestina orientada por Rodolfo Walsh, editado por El perro y la rana, en la colección Alfredo Maneiro.

En la investigación, la autora indica que Ancla tenía un triple objetivo: propiciar la participación popular en el proceso comunicacional "en tanto fuentes y retransmisiones de la información", funcionar como medio de contrainformación y convertirse en "instrumento de acción psicológica contra el poder económico y financiero".

En el apéndice del libro también se pueden leer algunos de los despachos que emitió la agencia, donde resalta la calidad informativa y de redacción, además de la línea política utilizada, que busca en todo momento agudizar las diferencias entre las tres ramas de las Fuerzas Armadas que integraban la Junta Militar.

Ancla se centró en las denuncias contra las violaciones a los derechos humanos que cometía la dictadura, y que tuvieron repercusión, principalmente en el exterior, debido a la férrea censura impulsada por el régimen castrense.

Pero los despachos de la agencia clandestina llegaban a las redacciones de los grandes medios del país y quedaban atrapados por el silencio, lo que demostraba la complicidad de los dueños de esas empresas con el régimen militar.

Vinelli recuerda que entre junio de 1976 y el mismo mes de 1977, Ancla envió 200 cables, que en su mayoría fueron ignorados por los diarios y canales de televisión.

La autora analiza que la agencia dirigida por Walsh tenía una clara línea política en el marco de la resistencia a la represión estatal: "Ideológicamente la elección de un género textual no es inocente, por el contrario, implica un posicionamiento social: desde la elección de una agencia noticiosa como forma de funcionamiento, Ancla reafirmó su condición de ser la primera en recibir información. A su vez, el género le dio la posibilidad de construir información produciendo un efecto de objetividad. Ese efecto fue aprovechado para escribir sobre 'los secuestros y otros métodos ilegales', de forma tal que le hacía decir a sus informantes aquellas cosas que Ancla no podía decir (hay desaparecidos y fusilados) para proteger su identidad".

La experiencia de Ancla tuvo su primer final con el asesinato de Rodolfo Walsh por parte de los represores, el 24 de marzo de 1977. Su segundo final se estiró algunos meses más hasta el momento en que varios de sus integrantes tuvieron que exiliarse. La historia de Ancla fue ocultada por mucho tiempo, por lo que el libro de Vinelli hace justicia a un proyecto donde periodismo y militancia revolucionaria encontraron uno de los puntos más altos en Argentina.

En Ancla, las palabras pronunciadas por Walsh en 1970 fueron llevadas a la práctica para resistir a la dictadura: "Con una máquina de escribir y un papel podés mover a la gente en grado incalculable. No tengo la menor duda".

(Publicado el 20 de diciembre en www.avn.info.ve)

jueves, 15 de diciembre de 2011

En el bar de Lucas



En el bar de Lucas el tiempo se mueve lento. Hay carcajadas, amigos, algunas mujeres bonitas; también hay imágenes: un afiche que reclama la independencia del País Vasco; la figura de Pugliese bendiciendo el lugar; una foto de Jack Kerouac en blanco y negro. Kerouac es joven, las facciones angulosas, las piel suave y limpia; la cara seria y su mirada un poco perdida en cualquier lugar.

Podemos pasar las noches en ese bar, hablar, discutir, entristecernos. A nuestro lado termina una reunión política, alguien pide una cerveza, otros caminan hacia la esquina de la cuadra a fumar y los demás seguimos en un sopor dulce y profundo.

Cuando la noche acompaña, la vereda es el territorio: mesas, sillas y nosotros. Rafa habla de cine, Fer discute sus canciones, Martín regala una melodía con su trompeta antes de irse.

Y cuando las persianas bajan, adelante queda más noche para nosotros.

(Pergamino, 28 de octubre, 2011)

viernes, 9 de diciembre de 2011

Pablo de la Torriente: cronista en tierra española




(Artículo de la periodista Martha Andrés Román y publicado el viernes 9 de diciembre por Prensa Latina, sobre Pablo de la Torriente Brau, cronista latinoamericano y combatiente revolucionario)

Pablo de la Torriente Brau ocupa un lugar destacado en la historia y la cultura cubanas, debido a su labor revolucionaria y sus aportes a la literatura y el periodismo.

Nacido el 12 de diciembre de 1901 en Puerto Rico y trasladado desde pequeño a la mayor de las Antillas, su vida estuvo signada por el compromiso militante y el profundo análisis de la realidad, que lo convirtieron en un valioso cronista de su tiempo.

Como consecuencia de su oposición a la tiranía de Gerardo Machado (1925-1933) debió exiliarse en Estados Unidos, y desde ese país viajó a España para participar en la guerra civil del lado republicano, contra el ejército de Francisco Franco.

De la incursión en el conflicto ibérico nacieron numerosas crónicas que delinean de manera minuciosa y atractiva las diferentes aristas de una contienda en la que perdieron la vida más de 500 mil personas.

En Nueva York, antes de partir, escribió: “He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la revolución española. (...) la idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el gran bosque de mi imaginación”.


Pablo llegó a la península en septiembre de 1936, cuando aún no habían sido creadas las Brigadas Internacionales, y ocupó el cargo de comisario de la primera tropa de choque del ejército republicano.

Durante tres meses, hasta su muerte el 19 de diciembre, alternó las labores de soldado con las de corresponsal de guerra y redactó decenas de cartas y crónicas que aparecieron reunidas en el volumen Peleando con los milicianos (1938).

Según apuntó el intelectual cubano Juan Marinello, aunque otros reporteros de la época sentían un asombro estremecedor ante los sucesos, los trabajos de Pablo develaron una gran familiaridad con el entorno, carentes de la mirada sorprendida del corresponsal foráneo.

La primera de las 14 crónicas escritas en territorio español, titulada !Des avions pour l' Espagne!, recreó el ambiente de respaldo popular hacia la República agredida que Pablo encontró a su paso por Bruselas y París.

Las manifestaciones son extraordinariamente múltiples, y a cada ocasión notable, se desbordan los sentimientos. No es un mitin, sino cien”, expresó sobre la efervescencia del momento.


En sus escritos se produjo una evolución que le permitió romper con cánones genéricos y aventurarse en relatos donde se imbricaron la crónica con la entrevista, el reportaje y el testimonio, muestra de un estilo transgresor y vívido.

Estudiosos de su obra han destacado la sensibilidad peculiar que las caracteriza, marcada por la admiración hacia España y su gente, aspecto que incide en la representación realista de los ambientes, paisajes y costumbres, para dar vida al relato y sus personajes.

Esos rasgos se combinan con un ritmo impetuoso y dinámico, a través del cual el autor describe y corre junto a los acontecimientos, como muestra de su condición de actor y no de simple espectador ante un contexto que exige militancia y talento.

Cuatro camaradas del enemigo, una de las crónicas de la guerra, refleja la incorporación de desertores franquistas al ejército republicano en Buitrago, a través de un lenguaje coloquial y marcado por expresiones onomatopéyicas.

Estábamos en la guarnición en Logroño y fuimos acuartelados. A nosotros nos dijeron en un principio que se había dado un golpe contra la República y que teníamos que disponernos a defenderla”, registró en ese trabajo.

Francisco Galán, un general de las milicias españolas, constituye una entrevista a un destacado militar republicano, en la cual Pablo recreó las escenas de un modo casi cinematográfico, mediante la alternancia de valoraciones, impresiones y datos sobre el personaje.

Así es Paco Galán, general de milicias, a un tiempo militar y político, a la vez estratega y comisario, organizador y táctico, creador de soldados y director de combates; hombre en realidad magnífico, lleno de interés humano y revolucionario”, refirió.

La estructura poco convencional de las crónicas se manifestó también en el texto titulado En el parapeto, en el cual narró, entre otros hechos, una polémica sostenida con un cura franquista y el enfrentamiento entre los dos bandos contendientes.

En la guerra cabe la astucia, pero no la hipocresía. Por eso, tan pronto como la oscuridad lo permitía, los hombres sacaban la cabeza fuera de los parapetos y comenzaban a insultarse unos a otros (...) Era un combate en que el ingenio tomaba una parte principal”, afirmó.

En cada uno de los materiales resalta la capacidad del autor para dibujar ambientes, caricaturizar al enemigo y construir una historia de no ficción con altos valores literarios y narrativos.

Víctor Casaus, director del centro cultural Pablo de la Torriente, en la capital cubana, explicó en una ocasión que la obra del periodista es muestra de inteligencia, rigor, autenticidad, compromiso y capacidad de juzgar los problemas de su tiempo.

Las crónicas de guerra de Pablo son instrumentos en medio del conflicto, y como tal, retan y transforman las teorías del periodismo y la percepción de los lectores, los cuales pueden seguir de cerca la vida y los ideales de los héroes republicanos.

A 110 años de su nacimiento, Pablo continúa siendo una figura cimera del periodismo cubano de todos los tiempos, caracterizado por esa capacidad escudriñadora que lo llevó a decir cuando llegó a España: “No me canso de ver todo esto (...) Todo es espectáculo para mí”.