La noche abraza San Telmo. El día comenzó demasiado temprano, como también los reencuentros con amigos, siempre acompañados con cerveza negra.
Ocho o nueve de la noche. Las calles palpitan aunque sea miércoles. Espero a Pablo. Hace algunos años que no nos vemos. Sabemos en qué andamos cada uno, a veces nos escribimos correos, pero la conversación, ese sentimiento de ver los gestos del otro, palpar la intensidad de sus palabras, saborear las carcajadas estruendosas, ese conjunto fraterno sólo se consigue con una charla.
Entro en La Coruña. Mesas largas, un mostrador de madera y estaño un poco vencido en el medio; detrás, casi llegando al techo, un sinfín de botellas de todos los tiempos. Algunas todavía están a medio vaciar, otras se convirtieron en piezas de museo.
Me acomodo en un rincón, contra una de las ventanas. Desde ahí puedo ver todo: algunas parejas que se acarician, dos señores que comentan alguna noticia que leyeron en el diario, un matrimonio que entra y preguntan si sirven de cenar, tres tursitas nórdicos de piel blanca y ojos celestes que beben vino sin parar. Pero la figura principal está en la otra punta del boliche. Es rubio, de rulos, flaco como una espiga y, por lo visto, hace varias horas que está borracho como una cuba. Sus largas piernas están protegidas por jeans negros; después una camisa blanca y un chaleco de cuero negro. También toca la armónica y, entre melodía y melodía, canta con voz gangosa y un poco apagada. Canta blues, canciones fantasmas, lamentos que florecieron en el sur de Estados Unidos y se esparcieron por la tierra.
En La Coruña hay tres mujeres que atienden a los bebedores y comensales. Parecen hermanas, pasaron los sesenta años y se mueven alrededor de ese hombre que no deja de tocar la armónica. Tengo la sensación de que lo protegen y por eso están atentas de que no trastabille o su vaso quede seco de cerveza.
Uno de los señores que comenta las noticias del diario se queja por ese sonido que no entiende. Pienso que, simplemente, habría que decirle que es las más exicitante música. Por suerte, nadie le hace caso y algunos lo miran con mala cara. Estamos bien entre esos aullidos de blues, vino sabroso y cervezas frías.
La noche recién comienza. Llega Pablo, nos abrazamos. Por delante sólo quedan nuestras historias, despechos fugaces, amores nacientes, literatura y política. Estamos tranquilos, porque esa noche nos protege una armónica que estremece de blues.
(Caracas, 2 de diciembre, 2011)
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