domingo, 18 de septiembre de 2011

Adiós a La Bestia




Voy a bailar el rock del rico Luna Park...”
(Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota)


Nadie conocía a La Bestia Romero. Pero las historias corrían como vino en el bar del Máquina, entonces esa noche Mudy recordó algunos combates memorables, las luces y flashes que encandilaban en el Luna Park, y terminó, entrada la madrugada, recordando a Romero, sus puños rústicos y directos, una vida de pobreza e ilusiones que terminó con su cuerpo agujereado por los balazos de la policía.

“Le mataron el águila”, dijo Mudy y todos nos quedamos esperando una explicación.

La Bestia Romero había brillado en la década del 80 y su caída fue por esa época, luego de perder una pelea en Europa que le abriría las puertas a las grandes ligas.

“Porque el tipo tenía un águila tatuada en el pecho, así de grande. Cuando levantaba los brazos, ese pájaro se agrandaba, parecía que iba a salir volando. Dicen que fue buen tipo Romero. Lo cagaron a tiros en Isidro Casanova”, resumió Mudy, mientras encendía otro cigarrillo y relajaba su garganta con un trago de cerveza.

Cuando el vaso quedó vacío, Mudy empezó a tararear el tango Volver. Algunos nos reímos, otros se levantaron para ir al baño. El Máquina escuchaba detrás del mostrador. Mudy le preguntó si se acordaba de La Bestia. El Máquina dijo que sí y que alguna vez se lo cruzó en la ciudad. Porque Romero había vivido mucho tiempo por acá, cuando salió de la cárcel y le prometió a su madre que el choreo era cosa del pasado. Por eso se metió a chapista, sodero y obrero textil. El Máquina dijo que atrás de esaq nueva vida quedaban unos añitos guardado en las cárceles de Olmos y Devoto. Y agregó: “Si te agarraba con la derecha, te mandaba directo a dormir la siesta”.

Mudy llegaba al final del relato, detallado, preciso, como si ese día donde todo oscureció él fuera un testigo privilegiado.

“La cosa es que el tipo volvió de Europa y la pudrió. Había perdido, pero igual allá estuvo por ganar la pelea. El tipo volvió y a los nueve días salió a chorear otra vez. Estaba con uno de sus hermanos y otras personas. Creo que trataron de reventar unas empresas de trasportes, o algo así. Sí me acuerdo las fotos cuando apareció la noticia. A los milicos los cagaron a tiros como por una hora, pero al final los pusieron. A La Bestia le metieron ocho balazos. Una picardía, porque era buen tipo y acá había formado una familia”.

Al bar del Máquina lo invadió el olor a pólvora. Algunos pudimos escuchar los estampidos, los gritos y las puteadas. Mudy puso una mueca de tristeza. Esa noche, los disparos terminaron otra vez con la vida de un tipo que había intentado romper con su pasado.

(Caracas, septiembre de 2011)

martes, 13 de septiembre de 2011

Mumia Abu Jamal y la voz de la libertad


Mumia Abu-Jamal logró tumbar los muros que lo separaban de la libertad a fuerza de artículos periodísticos y análisis detallados del sistema carcelario estadounidense, donde el persistente racismo contra negros y latinos se profundiza con el paso del tiempo.

Periodista, activista político y ex miembro de la histórica organización Panteras Negras, Abu-Jamal presenta una sistematización de esos hechos en el libro Desde la galería de la muerte, editado por Monte Ávila en 2009.

Las descripciones de los días monótonos tras las rejas, las historias de vida de presos condenados a muerte y las referencias históricas del sistema judicial estadounidense que ataca de forma permanente a las minorías, son los ejes centrales de sus artículos.

Condenado a muerte por el supuesto asesinato del policía Daniel Faulkner en 1982, la causa contra Abu-Jamal estuvo plagada de irregularidades y todavía hoy es denunciada a nivel internacional.


No puede concebirse Desde la galería de la muerte solo como un libro autoreferencial o biográfico. Sus textos transmiten un ambiente denso y oscuro, pero esperanzador, principalmente por los llamados de Abu-Jamal a cambiar de fondo a la sociedad estadounidense.

Las historias de sus compañeros de celda son los fragmentos más interesantes del libro: hombres muertos en vida esperando una orden que termine con sus días.

Como bien explica el autor, para los prisioneros la muerte es “una formalidad a la que ya se han hecho a la idea, gracias a la cual el Estado puede concluir su premeditado drama matando por segunda vez al ya muerto”.


Las vidas descarnadas dentro del presidio son relatadas, con una calidad digna de los grandes maestros de la literatura estadounidense, para demostrar que los sistemas judiciales y penitenciarios de Norteamerica funcionan como mecanismo punitivo de ideologías, rebeldías o, simplemente, de errores.

Así lo demuestra la historia de Harry Washington, condenado a muerte y sometido a un total aislamiento. Como si la tortura cotidiana no fuera suficiente, Washington es sometido a “un tratamiento psiquiátrico cuya única finalidad es sumir a los enfermos en un estado de coma, servido por carceleros y funcionarios hostiles y claramente racistas... Si se añade a esto el peso de sentirse separado de los lazos familiares, se tienen todas las papeletas para conseguir un estado mental en creciente deterioro, una degradación humana pensada y diseñada por el Estado, con pleno conocimiento de sus efectos”.

Y en este punto es donde Mumia Abu-Jamal aporta los análisis más importantes cuando revela que el sometimiento contra los presos no son “errores” o “abusos” del sistema político estadounidense, sino que forman parte neural de su funcionamiento capitalista.

Desde las estructuras gubernamentales más altas hasta el día a día detrás de las rejas, Abu-Jamal desentraña hasta los más mínimos indicios de opresión, como lo describe en este fragmento: “Aquí uno tiene poca o ninguna vida espiritual. Aquí muchos escapan al fantasma omnipresente de la muerte sólo por medio de diversiones comunes, de la televisión, la radio o los deportes. Se permiten los aparatos de televisión, pero no las máquinas de escribir: uno puede desperdiciar sus energías en esa clase de entretenimientos, pero una herramienta esencial para conseguir la liberación a través de un procedimiento judicial se considera un riesgo para la seguridad”.

Desde la galería de la muerte fue criticado y boicoteado por los círculos de poder estadounidenses, algo que no pudieron lograr porque las palabras de Mumia Abu-Jamal tienen la fuerza del viento que no respeta rejas y opresiones.

(Septiembre de 2011 - www.avn.info.ve)

miércoles, 31 de agosto de 2011

Rodolfo Walsh en Cuba: el periodismo como arma de combate


Un rompecabezas que se va armando con el devenir de las páginas y decenas de voces. La imagen de ese rompecabezas es el nacimiento de la agencia de noticias cubana Prensa Latina y el periodista argentino Rodolfo Walsh.

Quien escribe esta historia, que se inicia en 1959 con el triunfo del Ejército Rebelde encabezado por Fidel Castro, es Enrique Arrosagaray, otro periodista argentino que se dedicó varios años a rastrear los dos primeros años de Prensa Latina.

El resultado de su búsqueda es el libro Rodolfo Walsh en Cuba. Pero la historia no se resume a Walsh, sino que se extiende para mostrar la efervescencia de la Revolución Cubana, sus tensiones y aciertos, además de retomar la figura de Jorge Ricardo Massetti, quien fuera el primer director de la agencia y quien después encabezaría una de las primeras guerrillas en Argentina.

"En la cabeza de Walsh, Cuba provocó una revolución. Una revolución que lo arrasó", escribe Arrozagaray en las primeras páginas del libro.

Antes de su arribo a la isla, Walsh es mostrado en su mundo porteño, donde la diletancia intelectual, la bohemia y sus primeros golpes periodísticos, como la publicación de la investigación Operación Masacre, centran la historia.

Su llegada a la Revolución Cubana fue de la mano de Massetti, quien antes de la victoria había viajado para entrevistar a Fidel y a Ernesto Guevara en Sierra Maestra. Todos coinciden en que en ese lugar nació Prensa Latina.

Arrozagaray sostiene que si "para Rodolfo Walsh fue un verdadero cross a la mandíbula la existencia de aquel fusilado que vive y toda la investigación para dar a luz Operación Masacre, otro cross fue su experiencia en Cuba".

En el libro se resalta la vida cotidiana de sus protagonistas, arrastrados por la vorágine de una guerra mediática desatada a mediados del siglo XX.
Frente a esos ataques, un grupo de periodistas respondieron con la conciencia, la calidad periodística y la resistencia. Como ejemplo de esto último, los testimonios revelan cómo los periodistas llegaban armados a la redacción y frecuentaban prácticas de tiro para estar preparados a la hora de defenderse de una agresión estadounidense.

Pero uno de los puntos más interesantes es la revelación de las pujas internas en Prensa Latina, donde "la gente" de Massetti debió enfrentar los ataques del Partido Socialista Popular (viejo Partido Comunista), que desembocaron en la salida del director y de un grupo de colaboradores, tanto cubanos como extranjeros.

El rol de Walsh como criptógrafo también es relatado en detalle, cuando logró interceptar cables que provenían de la embajada estadounidense en Guatemala. Al descifrarlos, la redacción de Prensa Latina conocía entonces las primeras informaciones sobre la próxima invasión a Plaza Girón en 1961.

Con La Habana como escenario, en el libro de Arrozagaray se logra mostrar a un Walsh humano, obsesivo por su trabajo, de pocas palabras, pero muy estimado por sus compañeros y compañeras.

El testimonio del cubano Gabriel Molina Franchossi puede servir de síntesis de ese hombre que en 1976 perdió su vida combatiendo a los represores argentinos: "Brillaba con luz propia, porque no sólo era un periodista, sino un intelectual. Un intelectual de mucho fuste, de mucha garra, de luz larga y que a la vez era un hombre muy dulce, que prestaba mucha atención a nosotros, que nos trataba con mucho cariño a pesar de que nos acababa de conocer".

(Publicado en www.avn.info.ve - Agosto de 2011)

domingo, 28 de agosto de 2011

Lobo



Abrí los ojos como si fuera
la primera vez...
Soñé que algo se quebraba,
frágil y suave, silencioso, imposible...
Nadé como un niño
en un río de agua clara y fondo revoltoso...
Nadé como en los principios
del tiempo, entre la bruma y el verbo...
Entonces nací otra vez,
solitario lobo que observa desconfiado
un manantial de vida y vientos...
Y caminé una selva
que gritaba y se retorcía, sufría,
naciendo caminé, lobo sagaz y temeroso,
me arrastré hasta el mundo y abrí los ojos...
Resplandor y fuego, súplicas
y laberintos, gritos grises y perezosos,
eso encontré...
Nadie veía mis ojos abiertos,
latiendo, alborotados,
frenéticos y lunáticos...
Alguien lo supo, me llamó,
abrazo cálido en medio de la selva
y locura de calles nocturnas...
Sigo ahí, lobo que observa el frenesí
y late al ritmo del fuego...
Sigo el camino o selva o calles...
Sigo acechando, esperando
el zarpazo que me despierte otra vez.

(Agosto 2011)

lunes, 15 de agosto de 2011

¿El buen ojo de los ladrones de libros en Estados Unidos?


Hoy leí el siguiente cable de la agencia de noticias Télam:

En el campo de la estadística y mediciones, los estadounidenses suelen ser rigurosos: las cifras indican que el autor más robado en ese país es Charles Bukowski, sin diferenciar libros en verso o prosa, informó hoy el Journal Citation Reports.

En esa lista negra el segundo es “El almuerzo desnudo”, de William Seward Burroughs; y el tercero, “En el camino”, de Jack Kerouac. Ambos autores, canonizados como parte de la generación beat.

En el cuarto lugar aparece la “Trilogía de Nueva York”, de Paul Auster; y en el quinto, cualquiera de los títulos de Martin Amis, el único británico de esa singular quintacolumna.

Acá termina el cable. Los dos últimos autores nunca los leí, pero sorprende la calidad literaria de los ladrones con los tres primeros escritores.

En el caso de Bukowski, la noticia podría salir de alguno de sus relatos, en una nueva actualización de que la realidad copia a la ficción.

Con respecto a Kerouac, me pregunto qué harán los ladrones con ese libro que marcó a una generación. ¿Lo venderán? ¿O acaso caerán en la alucinación frenética de su lectura? ¿Se cuestionarán a esa misma sociedad que Kerouac rechazó de una forma trágica y demencial?

Por lo pronto, la noticia de los ladrones de libros en Estados Unidos tiene algo de esperanzador. ¿Serán ellos -reflejados en esas páginas- los encargados de regalar un poco de aires utópicos y rebeldes en el ojo del huracán de un país devastado y devastador?

miércoles, 10 de agosto de 2011

Palestina. La canción de Handala


(Fragmento del artículo de Hugo Montero aparecido en la revista Sudestada número 76, marzo de 2009)


Esta es la historia de Handala, un personaje que saltó de la viñeta para convertirse en bandera de lucha del pueblo palestino. De la denuncia valiente a la crítica feroz, del homenaje a los mártires a la incitación a la revuelta, Handala se multiplica hasta hoy por los muros de Gaza y Cisjordania. En tiempos de masacre y resistencia, una mirada a la leyenda de una caricatura que se transformó en guía luminoso y en el peor de los enemigos para el ejército israelí.


1. Handala no nos mira. Es más, nos da la espalda. Y es indudable que en ese gesto mínimo, multiplicado por mil en cada una de las viñetas que lo cuentan como testigo o protagonista, respira una mueca de reproche. Algo en su frágil estampa resulta inquietante. Handala observa la escena como nosotros, en silencio. Sus manos aparecen cruzadas a la espalda, como si esperara algo. No nos ignora, incluso parece esperar algo de nosotros, los lectores. Eso es: Handala espera. Ese pibe de diez años, descalzo, vestido con ropas remendadas y cabellos erizados, espera.


¿Qué espera Handala de nosotros? ¿Por qué su obstinada presencia nos inquieta? ¿Quién es este pibe, un habitante más de un campo de refugiados palestinos, que nos da la espalda y nos interroga con su filoso silencio? ¿Por qué no se vuelve y nos mira y nos habla del exilio, de la traición, del olvido, de las masacres, de la historia del pueblo que merodea su universo en blanco y negro? Quizá porque su mudez es, también, una voz. La silenciosa voz de los oprimidos, la voz de los palestinos que debieron transitar la senda del exilio y que desde entonces siguen penando por una tierra arrebatada, siguen luchando por la desgarrada ilusión de una patria liberada, siguen respirando el sueño de un destino donde su voz, por fin, recupere los ecos perdidos en la montaña y el desierto.


Handala nació un 13 de julio de 1969, encerrado en una viñeta, en la contratapa del diario kuwaití Al-Siyyasa, del lápiz de quien se convertiría, a partir de la impronta de sus caricaturas políticas, en el artista más popular del mundo árabe. Naji al-Ali era su nombre. “Handala nació con diez años, y siempre tendrá diez años. Esa es la edad que yo tenía cuando dejé mi país. Handala solo crecerá cuando retorne a Palestina. Las reglas de la naturaleza no se cumplen con él. Es una excepción, y las cosas sólo serán naturales cuando retorne a su tierra. Este niño es una representación simbólica de mí mismo y de todos los que viven y sufren la misma situación. Se lo ofrecí a los lectores, y lo llamé Handala, como símbolo de la amargura. En un principio lo presenté como un niño palestino, y con el desarrollo de su conciencia adquirió una perspectiva patriótica y humana”, dijo. En el nombre de Handala se vislumbra otro símbolo: al-handal es una hierba común y silvestre en Oriente Medio, reconocida por el sabor amargo de su fruto, pero también porque sus fuertes raíces le permiten volver a brotar una y otra vez en mitad del desierto.


“En el Golfo alumbré este niño, y se lo ofrecí a la gente. Quise dibujarlo inquietante, incluso feo; con el pelo erizado, porque los erizos utilizan su pelo como un arma... Este niño, como pueden ver, no es ni guapo, ni mimado ni está bien alimentado. Va descalzo como muchos niños en los campos de refugiados. En realidad es feo y ninguna mujer querría tener un hijo como él. Sin embargo, quienes llegan a conocer a Handala, como descubrí más tarde, lo adoptan porque es sensible, honesto, charlatán y un buscavidas. Es un icono que se queda mirándome mientras duermo”, explicaba el dibujante...


martes, 9 de agosto de 2011

Osvaldo Soriano y sus pasos por la hora sin sombra


Tal vez La hora sin sombra sea la novela más reflexiva del escritor argentino Osvaldo Soriano (1943-1997). En ella se narra la historia de un hombre que se cuestiona su condición y se hunde en los recuerdos para comprender un presente que huye hacia adelante.

En esta novela, cuya historia trascurre entre carreteras y desiertos, aparece la figura paradójica del padre, que a pesar de ser un faro iluminando la realidad, está ausente y borrosa.

Periodista y escritor, exiliado durante la dictadura militar argentina (1976-1983), Soriano pasó por las redacciones de importantes diarios y revistas argentinas como Primera Plana y Página/12.

Triste, solitario y final fue su primera novela (1973) y con la vuelta de la democracia en Argentina vio la luz No habrá más penas ni olvidos, llevada posteriormente al cine.


En La hora sin sombra, publicada por primera vez en 1995, Soriano retoma las imágenes que se multiplicaron en la Argentina de la década del noventa del siglo XX: ferrocarriles vacíos luego de ser rematados al mejor postor; personajes desclasados que buscan sobrevivir con mentiras simpáticas, como en el caso del personaje del pastor Noriega; y el silencio de una derrota política flotando en el aire, pero que siempre deja ver destellos de esperanza.

En la novela no falta el humor ácido y corrosivo, característica que tuvo sus puntos máximos en No habrá más penas ni olvidos (1983) y A sus plantas rendido un león (1988).

La hora sin sombra a su vez puede leerse como una posible continuación de Una sombra ya pronto serás, publicada en 1990, que se convirtió en una radiografía premonitoria de las consecuencias del neoliberalismo en Argentina.

Personajes efímeros, que entran y salen del texto, pero que dejan aportes reflexivos, cotidianos y, por momentos, delirantes, vuelven en la novela de Soriano.

El pastor Noriega y su huida gangsteril; las chicas del Paraíso, que recibían con amor y silencios a los caminantes; el odontólogo Marinelli, perdido y borracho en su pasado; el gordo Carballo, que recorre el país trasladando encargos y regalando juguetes; y el editor Marcelo Goya, un posmoderno con aspiraciones de nuevo rico.


Como en toda su obra, el lenguaje de Soriano es llano, claro, directo, aprendido seguramente de las novelas policiales del belga Georges Simenon y del estadounidense Raymond Chandler, donde tampoco faltan reminiscencias al boxeo: “¿Y si no me daba por vencido? ¿Si salía a pelear el último round con la convicción de que no me iban a voltear así nomás? En una de esas acertaba un directo a la mandíbula, un gancho, una escupida a los ojos, algo que me ayudara a terminar en pie, tal vez podría afrontar a mi padre, escribirlo y hacerle una vida nueva”.

La crítica “especializada” argentina fue hostil con la literatura de Soriano, calificaciones de todo tipo gastaron las hojas de diarios y revistas, pero mientras tanto, sus antihéroes siguen por ahí, corriendo desesperados en búsqueda de respuestas, confirmando que los perdedores son una especie que embellece al mundo.

(Publicado el 9 de agosto en 2011 en http://www.avn.info.ve/)