martes, 9 de agosto de 2011

Osvaldo Soriano y sus pasos por la hora sin sombra


Tal vez La hora sin sombra sea la novela más reflexiva del escritor argentino Osvaldo Soriano (1943-1997). En ella se narra la historia de un hombre que se cuestiona su condición y se hunde en los recuerdos para comprender un presente que huye hacia adelante.

En esta novela, cuya historia trascurre entre carreteras y desiertos, aparece la figura paradójica del padre, que a pesar de ser un faro iluminando la realidad, está ausente y borrosa.

Periodista y escritor, exiliado durante la dictadura militar argentina (1976-1983), Soriano pasó por las redacciones de importantes diarios y revistas argentinas como Primera Plana y Página/12.

Triste, solitario y final fue su primera novela (1973) y con la vuelta de la democracia en Argentina vio la luz No habrá más penas ni olvidos, llevada posteriormente al cine.


En La hora sin sombra, publicada por primera vez en 1995, Soriano retoma las imágenes que se multiplicaron en la Argentina de la década del noventa del siglo XX: ferrocarriles vacíos luego de ser rematados al mejor postor; personajes desclasados que buscan sobrevivir con mentiras simpáticas, como en el caso del personaje del pastor Noriega; y el silencio de una derrota política flotando en el aire, pero que siempre deja ver destellos de esperanza.

En la novela no falta el humor ácido y corrosivo, característica que tuvo sus puntos máximos en No habrá más penas ni olvidos (1983) y A sus plantas rendido un león (1988).

La hora sin sombra a su vez puede leerse como una posible continuación de Una sombra ya pronto serás, publicada en 1990, que se convirtió en una radiografía premonitoria de las consecuencias del neoliberalismo en Argentina.

Personajes efímeros, que entran y salen del texto, pero que dejan aportes reflexivos, cotidianos y, por momentos, delirantes, vuelven en la novela de Soriano.

El pastor Noriega y su huida gangsteril; las chicas del Paraíso, que recibían con amor y silencios a los caminantes; el odontólogo Marinelli, perdido y borracho en su pasado; el gordo Carballo, que recorre el país trasladando encargos y regalando juguetes; y el editor Marcelo Goya, un posmoderno con aspiraciones de nuevo rico.


Como en toda su obra, el lenguaje de Soriano es llano, claro, directo, aprendido seguramente de las novelas policiales del belga Georges Simenon y del estadounidense Raymond Chandler, donde tampoco faltan reminiscencias al boxeo: “¿Y si no me daba por vencido? ¿Si salía a pelear el último round con la convicción de que no me iban a voltear así nomás? En una de esas acertaba un directo a la mandíbula, un gancho, una escupida a los ojos, algo que me ayudara a terminar en pie, tal vez podría afrontar a mi padre, escribirlo y hacerle una vida nueva”.

La crítica “especializada” argentina fue hostil con la literatura de Soriano, calificaciones de todo tipo gastaron las hojas de diarios y revistas, pero mientras tanto, sus antihéroes siguen por ahí, corriendo desesperados en búsqueda de respuestas, confirmando que los perdedores son una especie que embellece al mundo.

(Publicado el 9 de agosto en 2011 en http://www.avn.info.ve/)

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