sábado, 14 de junio de 2014

Un francotirador contra el Sueño Americano


Cuando caminaba, Hunter Stockton Thompson parecía flamear como una bandera en la punta de un mástil. En ese lugar en las alturas hizo equilibrio hasta que decidió volarse la cabeza de un disparo, en febrero de 2005. Sus piernas flacas se negaban, en muchas ocasiones, a respetar las órdenes del resto del cuerpo, como queda retratado en la película Pánico y locura en Las Vegas, del director Terry Gilliam, basada en uno de los libros de Thompson, periodista estadounidense nacido en Louisville (Kentucky) en 1937 o, tal vez, en 1939.

Pantalones cortos, gorra de playa, un cigarrillo incrustado en la boquilla que bailaba en su boca, y zapatillas blancas de lona eran la vestimenta del Doctor Thompson, apodo con el que se lo conoció. O más sobrio: camisa oscura, lentes negros y la cabeza rapada, en los tiempos que encabezó su candidatura por el partido Poder Freak.

Aunque es recordado por su ingesta de drogas y alcohol, sus viajes alucinados por Estados Unidos y América Latina, su pasión por las armas de grueso calibre y los grandes Chevrolet y Cadillac, y por ser gestor de una escritura “nacida” de los permanentes cócteles de estupefacientes que lo acompañaron en sus travesías, Thompson fue mucho más que eso. El padre del “periodismo gonzo” se opuso de forma radical a la invasión de Estados Unidos a Vietnam, se convirtió en uno de los más severos críticos a las administraciones del presidente Richard Nixon, se forjó como un trabajador de la prensa que apostó en dos oportunidades por candidatos demócratas ante la avalancha republicana y guerrerista, y no dudó en criticar duramente a esos dos candidatos cuando mostraron sus flaquezas y limitaciones. Thompson fue un hombre que mostró la vida de los pobres y desplazados, de los chicanos y olvidados, pero también alguien que absorbió los vientos de su época, cuando en las décadas del 60 y 70 Estados Unidos disfrutó, aunque sea por unos instantes, de la libertad que siempre se desprende de la rebeldía.


De Puerto Rico al Gonzo

Con poco más de veinte años, Hunter viajó a Puerto Rico luego de ser despedido del Daily Record, de Nueva York. Desde ese momento, comenzaría un viaje que lo llevaría hasta el sur de América, que incluyó varios días en Buenos Aires. Thompson buscaba algo, como muchos de su generación. No solo intentaba bucear en ese “Nuevo Periodismo” que teorizaría Tom Wolfe, sino que intentaba encontrar una pulsión para su vida.

Mientras trabajaba en el diario San Juan Start, empezó la escritura de El diario del ron, novela que recién vería la luz en 1997. En ese texto, iniciático y por momentos prejuicioso, las desventuras de un periodista en la búsqueda de su ser se entrelazaban con borracheras, fiestas frenéticas en las islas del Caribe, una mujer hermosa rodeada de peligros, peleas en la calles y la cárcel. En paralelo, ya se mostraba como un desesperado escritor de correspondencia, de las cuales una parte se pueden leer en El escritor gonzo. Cartas de aprendizaje y madurez, publicado en 2012. Se calcula que en toda su vida escribió más de 22 mil cartas dirigidas a colegas, políticos, o amigos como Óscar Acosta, abogado mexicano y activista que aparecería muerto bajo un manto de sospecha. El mismo Acosta sería su compañero en la ciudad de los casinos y las luces, retratada posteriormente en el libro Miedo y asco en Las Vegas.

Como periodista trabajó en un sinfín de medios, como el National Observer, Esquire, Playboy y Rolling Stones. A su regreso y acorralado por las deudas, deambuló por Estados Unidos hasta instalarse en su rancho de Woody Creek, Colorado.

Mientras tanto, en su cabeza se armaba un libro sobre la muerte del Sueño Americano que nunca escribiría, pero cuyo tema central estuvo presente en sus artículos y demás libros publicados.

En Los Ángeles del Infierno. Una extraña y terrible saga (1966), Thompson convivió durante un año con los motoqueros que surcaban las rutas de California y armó una radiografía de un sector de la sociedad norteamericana que vivía en los márgenes. Sin ideales claros, despreciando todo lo que los rodeaba, los Ángeles del Infierno se convirtieron en un símbolo satanizado por los medios de comunicación. Sus costumbres, sus viajes y ruidosos arribos a pueblos aterrados, las vidas de los principales Ángeles, la convivencia con la fama y su propia experiencia se sintetizaron en su libro más acabado y periodístico. En ese texto no escatimó reflexiones sobre la sociedad de ese entonces: “El llamado sistema de vida norteamericano empieza a parecer un dique hecho con cemento barato, con muchas más fisuras que dedos tiene la ley para taparlos. Norteamérica lleva engendrando descomposición social masiva desde que acabó la Segunda Guerra Mundial”. Y sobre qué era ese grupo de motoqueros tampoco fue gentil: “Los Ángeles, como todos los demás forajidos motoristas, son de un anticomunismo rígido. Tienen unos puntos de vista políticos que se reducen al mismo tipo de patrioterismo retrógrado del que se alimenta la John Birch Society, el Ku Klux Klan y el partido nazi norteamericano”.

El año del surgimiento del periodismo gonzo sería 1970. Thompson fue enviado por la revista Scanlan’s Monthly a cubrir el derby de Kentucky, junto al dibujante inglés Ralph Steadman. En el artículo que nació de esa cobertura se observó por primera vez la intervención desmedida y generadora de situaciones ocasionadas por el autor que, en este caso, se trasladaba totalmente ebrio y bajo los efectos de la mezcalina, y con un tarro de gas picante para amenazar a quien se interpusiera entre él y la realidad. Steadman había viajado a Estados Unidos y cuando se encontraron, lo primero que hizo Thompson fue darle una dosis de mezcalina. Para Steadman, que en esa época se consideraba “un monaguillo, decente, inocente”, las imágenes que debía retratar cambiaron totalmente. En el documental The Life and Work of Dr. Hunter S. Thompson, el dibujante recordaría que “el nacimiento del gonzo ocurrió cuando el mal salió de mí en los dibujos”. En una de sus cartas, Thompson diría que un “periodista gonzo es como un yonqui o un perro mestizo: no se conoce la forma de remediarlo”.

En 1971 aparecería la biblia del gonzo, el libro que lo llevó a traspasar todos los límites y catapultarlo a la fama. Miedo y asco en Las Vegas fue escrito de forma demencial desde el momento en que tuvo que viajar a esa ciudad, para cubrir la carrera de motos Mint 400 y una convención nacional sobre drogas y narcotráfico organizada por la policía. A partir de ahí todo se convirtió en alucinaciones lisérgicas, destrucción de autos y hoteles, paranoia permanente, pastillas, éter, cocaína, y situaciones extremas en las que convivían la decadencia, el desparpajo y un humor corrosivo. Pero también sus ojos se mantenían atentos para disparar contra la sociedad. “Salí de la escalera y entré en el casino, aún había un gran gentío apretujado alrededor de las mesas de dados –escribió-. ¿Quién es esa gente? ¡Qué fachas! ¿De dónde salían? Parecían caricaturas de vendedores de coches de segunda mano de Dallas. Pero eran reales (...) aún seguían gritando allí alrededor de aquellas mesas de dados de la ciudad del desierto a las cuatro y media de una madrugada de domingo. Aún perseguían el Sueño Americano, aquella visión del Gran Ganador surgiendo del caos final del preamanecer de un rancio casino de Las Vegas”.

Para el editor del libro de cartas de Thompson, Douglas Brinkley, “como forma pura de arte literario, el gonzo prácticamente exige que no haya corrección del texto: el reportero y su búsqueda de información son fundamentales para el artículo, que se cuenta mediante la fusión de realidad en bruto y fantasía desbocada con intención de divertir tanto al autor como al lector”. Tom Wolfe también daría el parecer sobre su amigo y las consecuencias de su oficio: “Sentir la necesidad de ser gonzo todo el tiempo debe haber sido una carga en su pobre mente. Estaba tan identificado con la vida que había descrito que le costaba no estar disfrazado, no ser el actor que se necesitaba. Hunter debe haberse sentido atrapado, atrapado en gonzo”.

En la década del 70 aparecería publicado La gran caza del tiburón, compendio de artículos donde se aprecia la evolución del periodismo “clásico” al gonzo, teniendo en el relato Mezcalito el exponente más descarnado del nuevo estilo. Además escribiría Miedo y asco en la campaña presidencial de 1972, aparecido un año después de la reelección de Nixon. Su compañero de trabajo Timothy Crouse describiría que los artículos de Hunter “eran un hibrido muy particular de reportes claros, correctos y directos y, a veces, de completa fantasía. Todo se fusionaba, y a algunos les costaba distinguir la fantasía de los demás”.
Pero la luz periodística de Thompson se veía cada vez más opacada por su vida de frenesí continuo. Su rancho en Colorado se había convertido en una mezcla de lupanar, hotel de paso para hippies y motoqueros, y punto de reunión para consumir todo tipo de drogas. A mediados de los setenta, dejaría de escribir, salvo por columnas espaciadas que aparecían en algunos diarios. Su última gran cobertura sería en Zaire, persiguiendo a uno de sus pocos héroes: Muhammad Alí, que defendió el título mundial ante George Foreman.


Los freaks al poder

El Poder Freak fue un huracán de locura que no pasó desapercibido y sin repercusiones. En noviembre de 1970, Thompson se presentó como candidato a sheriff en el poblado de Aspen, Colorado, zona de esquí por excelencia. Un año atrás, el joven abogado Joe Edwards se había postulado como alcalde del pequeño pueblo, en unas elecciones que perdió por apenas seis votos y en las cuales se logró la movilización de gente que nunca había votado, o que no tenían ningún interés en la política. “La vieja guardia estaba condenada, los liberales aterrados y el underground  había aflorado, con una brusquedad terrible, en un viaje de poder muy serio”, escribió Thompson en su artículo Poder Freak en Las Rocosas, publicado en Rolling Stones.

En un pueblo donde el dinero fluye a través del negocio inmobiliario y el turismo, el grupo de freaks que intentaba la victoria se enfrentó a una campaña sostenida para desacreditarlo ante la posibilidad real del triunfo. “Los que tenían razones para temer el programa de Edwards –recordaba Thompson- eran los parceladores, los chulos del esquí, los promotores inmobiliarios con base en la ciudad que había caído allí como una plaga de cucarachas venenosas dispuestos a comprar y vender todo el valle, quitándoselo a la gente que aún lo valoraba como un lugar bueno para vivir y no sólo como una buena inversión”.
Cuando Thompson se presentó como candidato propuso detener la construcción de supercarreteras, contener el desarrollo industrial desmedido, y golpear a la sociedad de consumo y a quienes manejaban el redituable negocio del esquí. Para mayores escándalos, los afiches de su campaña mostraban, sobre fondo negro, un puño rojo con un peyote en el medio.

Cerradas las mesas electorales, Thompson obtuvo 173 votos y su contrincante Whitmire, que tenía como meta principal perseguir a los hippies y defender el status quo de Aspen, alcanzó 204 sufragios. En medio de la campaña, el periodista aclaraba: “no somos una rareza en absoluto -no en el sentido literal-, pero las retorcidas realidades del mundo en que nos esforzamos por vivir se han combinado de tal modo que nos sentimos rarezas. Discutimos, protestamos, pedimos: pero nada cambia”. Y agregaba: “Así que ahora, mientras en el resto del país estalla una tormenta de atentados con bombas y atentados políticos, un puñado de ‘rarezas’quiere realizar un experimento, definitivo y quizá retrógrado, con la idea de forzar el cambio en las urnas... y si hay que llamar a eso Poder Freak, bueno..., pues que así sea”.


Nixon y Bush: las decepciones

La política para Thompson seguiría presente y  no dudaría en cargar sus armas contra el republicano Richard Nixon. En 1972, cuando fueron las elecciones en el país, los demócratas habían elegido a un postulante un tanto heterodoxo: George McGovern, quien aseguraba que sus primeras medidas serían retirar las tropas de Vietnam, dictar una amnistía para los desertores del servicio militar y recortar el presupuesto de defensa. Sin embargo, Nixon obtuvo la reelección y el impacto que produjo en Thompson quedó impreso en papel: “Este puede ser el año en que finalmente nos enfrentemos con nosotros mismos, finalmente dar un paso atrás y decir que realmente sólo somos una nación de 220 millones de vendedores de autos usados con todo el dinero que necesitamos para comprar armas, sin el más mínimo problema respecto a matar al resto del mundo que trata de incomodarnos”.

Thompson tuvo un acercamiento a James Carter, quien fuera presidente en 1977, pero su vida ya transitaba una cuesta abajo repleta de drogas, alcohol, orgías y un personaje –el periodista- que a él mismo le costaba manejar. El estilo gonzo, donde realidad y ficción se mezclaban en niveles nunca antes experimentados, también se había tatuado con profundidad en su piel.

En The Life and Work…, su segunda esposa Anita recuerda una nueva decepción del periodista, que en los últimos tiempos tenía como tema predilecto el suicidio. En enero de 2001, George W. Bush asumía la presidencia de Estados Unidos y la figura de Nixon se volvía otra vez una pesadilla para sus noches.


Breve lección de periodismo

¿Qué convierte a una persona en un gran periodista? Tomar algo simple, cotidiano, que se encuentra perdido en el caos de las ciudades, y transformarlo en una perfecta descripción que transmite profundidades, sentimientos y denuncias, que sitúa al lector en el medio de un artículo y entonces puede respirar su aire, saborear lo dulce y amargo de una vida, sentir a los personajes en la propia piel.

Y cuando alguien lee ese artículo, se pregunta cómo hizo el periodista para escribir algo que, tal vez, si todos estuvieran con las antenas permanentemente activadas se les habría ocurrido de forma inmediata. Pero no, para captar la esencia y rescatar el diamante hundido en la mugre, para esas cosas están los grandes periodistas; un puñado que sale a la luz cada tanto, humildes, comprometidos con sus pensamientos, sedientos de verdad, un poco dementes, otro poco paranoicos, disciplinados a su manera, conscientes de que sus vidas no tienen ni mañanas ni noches.

¿Un ejemplo? Estos dos párrafos de Fame Is a One-Way Ticket, escrito por Thompson en 1956 y que retrataban al boxeador Joe Louis, conocido como El Bombardero de Detroit, campeón mundial de peso pesado 1936-1949: “La historia de Joe Louis no es nueva; es la historia de la estrella que vive más que su luz; el temible meteorito que no se ha desintegrado en mitad del aire, en el punto culminante de su trayectoria, sino que ha caído a plomo sobre la misma tierra poblada de millones que, momentos antes, habían observado su belleza boquiabiertos (…) Al mundo le gusta mirar a sus estrellas situadas en lo alto. El meteorito que cae de los cielos no sólo está apagado cuando toca tierra, sino que abre su propia tumba con su impacto. Así como la multitud mira con curiosidad el meteorito caído y luego se dispersa, la masa que rodea a Joe Luis se está reduciendo. Él sigue en pie, dolorosamente desconcertado en un mundo que jamás se tomó la molestia de comprender. La ovación de la entusiasmada multitud se ha convertido en el susurro de la minoría de curiosos. El fin es inevitable”.

Ahogado en una sociedad que siempre despreció y denunció, pero con la cual tuvo que negociar, los artículos y libros de Thompson no sólo quedan como lecciones del oficio periodístico. Hunter, como ese puñado de escritores de la generación beat, como Charles Bukowski o Norman Mailer, abordaron Estados Unidos desde “lo otro”: lo invisibilizado por los grandes medios y el poder que los financia. Se podría apuntar que el desenfreno lisérgico de Thompson y su obra visceral y precisa, es otra válvula de escape que el propio sistema norteamericano permite. Es verdad, pero tampoco se debe descartar al padre del periodismo gonzo que, si bien tuvo una historia similar a la de Joe Louis -siendo “la estrella que vive más que su luz”-, dejó al descubierto una sociedad agonizante y paranoica, inundada de ese “miedo y asco” con el que Thompson chocó en Las Vegas.


(Publicado en la revista Sudestada Nº 128, mayo 2014 – www.revistasudestada.com.ar)

Más de 800 mil palestinos conocieron el terror en las cárceles israelíes


Hombres y mujeres, niños y ancianos, enfermos terminales y discapacitados, ex funcionarios y diputados, todos ellos palestinos. Todos ellos presos en las cárceles de Israel. ¿Las razones? Desde Tel Aviv afirman que atentan contra la estabilidad o mantienen vinculaciones con supuestas “organizaciones terroristas”. 
Desde los territorios palestinos ocupados, las argumentaciones son otras: esos presos y presas tuvieron la fuerza y el coraje para alzar la voz, integrar una movilización en la cual reclamaban sus derechos robados por Israel, participar en acciones de defensa de sus poblados, lanzar piedras a los tanques y blindados israelíes que nunca dejan de avanzar, o declarar públicamente su rechazo a la política de exterminio y expansión que Tel Aviv lleva adelante contra Palestina hace más de cincuenta años.

Como sucede en el País Vasco o en Kurdistán, los presos y las presas por razones políticas son el eje fundamental de las reivindicaciones de esos pueblos. En Palestina, el reclamo por sus liberaciones se hizo oír ayer, al celebrarse el Día de los Prisioneros, con movilizaciones en Cisjordania y la Franja de Gaza, en las cuales se escuchó la solidaridad con los detenidos. 

En la actualidad, Israel mantiene a 5.200 palestinas y palestinos encarcelados y desde 1967, cuando el Estado sionista anexó a su territorio las primeras grandes superficies de tierras de Palestina, el total de pobladores palestinos que sufrieron la prisión asciende a 800 mil. Así lo reveló Saeb Erekat, el negociador de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en el truncado diálogo de paz con Israel. En un comunicado, el funcionario expresó que para su pueblo “tener seres queridos en las cárceles israelíes no es inusual ya que es algo que ha afectado a todas las familias”.

Erekat denunció a su vez que “en el contexto de esa prolongada ocupación, una potencia extranjera se ha impuesto de manera ilegal en el territorio de otro pueblo y ha oprimido a millones (de personas) de diversas maneras. Los sufrimientos de los prisioneros reflejan el del pueblo palestino en su conjunto”. A esto agregó que Tel Aviv “ha criminalizado todas las formas de resistencia y la participación política y cívica”, pero que la respuesta de la ANP ha sido “a través de medios diplomáticos y pacíficos para conseguir sus derechos inalienables”.

Del total de presas y presos palestinos en las cárceles de Israel, 476 están condenados a cadena perpetua, 200 son menores de edad y once fueron detenidos mientras ejercían la función de diputados en el parlamento de su país. La agencia de noticias Abujna indicó que en las prisiones israelíes, 1400 presos palestinos sufren “la negligencia médica y mala atención de la salud”, de los cuales dieciséis se encuentran internados en grave estado en el hospital de la prisión de Ramla. Abujna señaló que existen más de ochenta casos de enfermedades crónicas, y decenas de personas con discapacidades físicas, psíquicas y sensoriales se encuentran entre rejas.

Un ejemplo del accionar sistemático de Israel para capturar palestinas y palestinos se produjo en septiembre de 2000, durante la Intifada, cuando detuvo a más de 80 mil personas, de las cuales 10 mil eran niños y 60 se desempeñaban como ministros de la ANP o legisladores.

En su último reporte difundido, el Centro Palestino por los Derechos Humanos (CPDH) reveló que en la semana del 27 de marzo al 2 de abril, treinta y un civiles palestinos fueron detenidos en Cisjordania, de los cuales dos eran niños.

A la huelga

Un total de 1200 palestinas y palestinos encarcelados por Israel comenzaron una huelga de hambre, en el marco del Día del Prisionero, según informó la portavoz del Servicio de Prisiones de Israel, Sivan Weitzman. La funcionaria agregó que otros 2300 reclusos se negaron a alimentarse este martes. Con la medida de fuerza, los presos y las presas rechazan las medidas humillantes a las que son sometidas y las cuales violan sus derechos humanos.

La huelga de hambre se inició al mismo tiempo que Tel Aviv anunció la liberación Khader Adnan, dirigente de la Yihad Islámica. Adnan había finalizado en febrero pasado un ayuno de sesenta y siete días consecutivos para reclamar la liberación a más de 4800 palestinas y palestinos detenidos en el Estado hebreo.

Un alto dirigente de Hamas preso en una cárcel israelí inició el domingo una huelga de hambre indefinida; una medida secundada por otros 200 cautivos, según medios locales.

La cadena HispanTV informó que Ibrahim Hamed, dirigente del Movimiento de Resistencia Islámica Hamas, que gobierna en la Franja de Gaza, también inició una huelga de hambre en rechazo al aislamiento al que es sometido desde hace tres meses.


Las presas y los presos palestinos tienen prohibido las visitas familiares y muchos de ellos fueron encarcelados en el marco de las denominadas “detenciones administrativas”, que permiten aprisionar a presuntos militantes políticos, basados en información de inteligencia clasificada a disposición solo de un juez militar, sin juicio y por períodos de seis meses prorrogables.

(Publicado en www.marcha.org.ar / 18 de abril de 2014)

Obama y la diplomacia de la injerencia en Siria

Con el paso del tiempo, el doble discurso se ha transformado en la principal característica del presidente estadounidense Barack Obama. Su antecesor, George W. Bush, tenía la brutal virtud de representar a los sectores más conservadores y guerreristas de Washington, y por esa razón no vacilar a la hora de ordenar a una invasión contra algún país miembro del “Eje del mal”, algo que Obama tomó muy en cuenta al asumir el poder en la Casa Blanca.
La demostración del doble discurso presidencial quedó en claro ayer, cuando se dirigió a los soldados de la academia militar de West Point, ubicada en Nueva York. En esta oportunidad, se refirió al conflicto interno que hace casi tres años atraviesa Siria y ha dejado alrededor de 150 mil muertos.
El mandatario estadounidense manifestó que su país ajusta detalles para comenzar con la “formación” de los grupos opositores sirios. Aunque Obama negó el envío de tropas a la nación árabe y se despegó de cualquier apoyo a las milicias terroristas, su anuncio se debe interpretar como parte de la doctrina que lleva adelante desde su asunción: una confrontación “indirecta” con los enemigos de turno. El globo de ensayo fue puesto en funcionamiento en Libia, con el objetivo de derrocar a Muammar Al Gaddafi. Escudado en los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), en referentes de la oposición “democrática y liberal” que vivían fuera de la nación norafricana, y en los grupos mercenarios conformados por individuos de diferentes nacionalidades, la Casa Blanca impulsó la desestabilización del gobierno libio, algo que logró en apenas ocho meses. Si bien detrás de Libia (como ahora de Siria), las oscuras manos de Estados Unidos son evidentes, Obama obtuvo un triunfo en medio de la crisis económica que vive Norteamérica, ya que no tuvo que movilizar tropas, sobre todo después de los duros reveses en Afganistán e Irak.
Por eso, el discurso del mandatario en West Point estuvo marcado por las dos caras. Mientras Obama expresó que trabajará con el Parlamento de su país “para aumentar el apoyo para aquellos en la oposición siria que ofrecen la mejor alternativa a los terroristas y un dictador brutal”, en referencia al presidente Bashar Al Assad, también indicó que el uso de fuerza contra Siria será el último recurso. Pese a estas declaraciones, es por demás conocido que Washington ha enviado millones de dólares a territorio sirio bajo la denominación de “ayuda no letal”.
Diferentes agencias de noticias citaron a funcionarios estadounidenses, quienes afirmaron que la ayuda anunciada por Obama incluiría “formar militarmente a opositores escogidos después de pedir autorización al Congreso” y en alianza con los aliados árabes y europeos de Washington. Por su parte, el diario “Wall Street Journal” publicó que la CIA será la encargada de preparar a los opositores sirios.
Igualmente, en su discurso Obama remarcó que su gobierno reforzará la lucha contra el terrorismo, por lo cual entregará más fondos a Jordania, Líbano, Turquía e Irak para que destinen a la protección de los refugiados sirios y luchen contra los mercenarios que intenten cruzar las fronteras.
“Estados Unidos es la nación indispensable. Eso ha sido así durante el siglo pasado y probablemente lo seguirá siendo el siglo próximo”, remarcó Obama, para agregar que “cuando un tifón golpea Filipinas o unas niñas son secuestradas en Nigeria o unos hombres enmascarados ocupan un edificio en Ucrania, el mundo espera ayuda de Estados Unidos”. Para el mandatario, su país “pocas veces ha sido más fuerte respecto al resto del mundo”.
Pese a estas palabras, Obama aseveró que la utilización de las fuerzas militares estadounidense para intervenir en otros países de forma unilateral no está descartada, porque nunca pedirá “permiso” para proteger a los ciudadanos de su país y su forma de vida.
Al mismo tiempo, el secretario norteamericano de Estado, John Kerry, informó que en los próximos días trabajarán con el Congreso para participar en la ayuda adicional a la oposición siria.
Más allá de los anuncios, es sabido que Estados Unidos mantiene contactos fluidos con los grupos irregulares sirios. Diversos medios han denunciado el financiamiento directo a los mercenarios, además de su entrenamiento en a países como Jordania. A esto se debe agregar que recientemente la comisión de las Fuerzas Armadas del Senado estadounidense aprobó una ley de defensa que autoriza a proveer entrenamiento a miembros de la oposición siria.
El anuncio de Obama sucede a dos semanas de la reunión con Ahmad Jarba, líder de la cuestionada Coalición Nacional para las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria (CNFROS). En un comunicado oficial de la Casa Blanca, se explicó que tanto Obama, como la consejera de seguridad nacional estadounidense, Susan Rice, “repitieron que Bashar Al Assad perdió toda legitimidad para dirigir Siria y no tiene un lugar en el futuro”. El mandatario estadounidense manifestó en la reunión que ya era hora de instalar un gobierno “representativo” en la nación árabe, reiterando de esta manera su postura de derrocar a Al Assad. Por su parte, Jarba agradeció a Estados Unidos la “ayuda no letal” que ha brindado a la CNFROS por un monto que sobrepasa los 287 millones de dólares.
El anuncio de Obama se produjo un día después que un grupo terrorista atacara a un equipo de inspectores de la Misión Conjunta Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ/ONU) en la localidad siria de Kafar Zeta. Desde la OPAQ indicó que el atentado ocurrió cuando la misión se dirigía a investigar denuncias de uso de gas cloro por parte de grupos armados. Naciones Unidas confirmó que los integrantes del equipo se encuentran en buen estado y que retornaron a su base de operaciones. Sobre este hecho, Obama no brindó declaraciones, como tampoco se refirió a las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo en Siria a principios de junio, porque el silencio del mandatario estadounidense también es parte intrínseca de su doble discurso.
(Publicado en www.marcha.org.ar / 29 de mayo de 2014)

Haroldo Conti: la cultura combatiente hasta las últimas consecuencias


Haroldo Conti: el caminante y navegante, el militante que no vaciló en adherir al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en la década del setenta, un intelectual que buscaba la síntesis entre cristianismo y marxismo. Conti, ese hombre que construyó una obra literaria buscando en los confines de tierra adentro, entre el río, su Chacabuco natal y los suburbios del puerto de Buenos Aires. Conti y su pasión por la Revolución Cubana, su crítica certera a quienes manejan el sistema cultural que todavía perdura. Conti, un defensor de la escritura como oficio y que supo construir un lenguaje propio en sus cuentos y novelas. Cada una de estas características del escritor argentino, nacido el 25 de mayo de 1925 y desaparecido por la dictadura militar en 1977, se observan y son analizadas en el libro “Alrededor de Haroldo Conti”, del escritor y periodista Juan Bautista Duizeide, publicado por la editorial Sudestada a finales de 2013.

Duizeide no se queda en el hecho anecdótico o estructura una biografía clásica. Retomando la tradición de los polemistas que florecieron en las décadas del sesenta y setenta, utiliza el libro para confrontar las obras de Conti y Jorge Asís, “amigos y compinches” en tiempos pasados, dos personas definidas por sus propias historias. Mientras que Haroldo decidió quedarse en el país para combatir a la Junta Militar, Asís tuvo su derrotero desde el comunismo al neoliberalismo a ultranza, siendo funcionario de primera línea  en el gobierno de Carlos Menem (1989-1999). En esa confrontación, Duizeide toma posición y rechaza, como él mismo lo define, los “consensos”, porque opta por las contradicciones y tensiones como forma de definición política.

Entrevistado por Resumen Latinoamericano, Duizeide hará un recorrido por la vida y obra del autor de obras fundamentales como “La balada del álamo Carolina” o “Mascaró, el cazador americano”. También rescatará a la generación del setenta, de la cual era parte Conti junto a Rodolfo Walsh y Francisco “Paco” Urondo, entre otros.


-¿Cómo surge la idea de armar el libro?
-Venía trabajando alrededor de Conti hacía muchos años, había intervenido en una muestra que se hizo en La Plata (“Como un león”) con el aporte de la familia, con mucho material fotográfico y documentos, sobre todo por la inquietud de su hijo, Marcelo Conti. Después trabajé para la investigación del documental “Homo Viator”, y venía leyendo y releyendo a Haroldo, de vez en cuando escribiendo alguna nota. Pensé que iba a ser una biografía bastante convencional, pero después pensé, y no me salió, en una especie de alternancia entre capítulos más narrativos, con algún hecho de su vida significativo y bien documentado, donde aparecieran un montón de significados, tensiones y contradicciones que estuvieran implícitas, y capítulos más analíticos sobre su obra y acciones políticas. Eso no me salió y empecé a trabajar otro esquema que es bastante más híbrido, en el cual hay pequeños relatos de hechos de su vida y el resto es más discusión conceptual de su literatura, su contexto cultural y político, de cómo lo leemos o no lo leemos, porque me interesa sobre todo Haroldo Conti hoy. Es necesario ver cuál era su contexto. Si hoy vale la literatura de Conti y su militancia política, es porque nos sigue interpelando. Al trabajar en eso tuve que revisitar una serie de conceptos literarios e históricos que me parecen que están bastante cristalizados. Leer de manera amplia a Conti permite discutir, y era lo más interesante.

-¿Cómo pensás que se lee hoy a Conti?
-Pienso que se lo lee poco. No creo que sea indispensable, para comprender a Conti o a Rodolfo Walsh, un conocimiento bastante acabado de lo que era su contexto cultural y político. Sí, en el caso de conocerlo, van a suceder una serie de fenómenos: vamos a leer distinto a Conti, a Walsh, a Paco Urondo, a Miguel Ángel Bustos. Algo más interesante es que vamos a leer distinto esa época, de un modo menos cuadrado y limitado, menos en blanco y negro, y con muchos matices de colores. La lectura de Conti informándonos de esa época nos va a permitir entender un montón de cosas de nuestra sociedad, de nuestra literatura, de lo que hoy se premia y se le otorga valor, y qué es aquello que queda de lado.

-Algo interesante del libro es que generás discusión como autor, como en el caso del análisis que hacés entre la obra de Conti y Jorge Asís.
-Me molesta mucho pensar la política, la cultura, la literatura sólo como consensos. Me parece que los consensos son para determinados momentos privilegiados, pero lo que define cualquiera de estas actividades humanas es el conflicto y la tensión. Muchas veces, ese consenso es la represión por determinados acuerdos, o por la cristalización de determinadas relaciones de poder de tensiones que existen. Entre la obra y la trayectoria vital de Asís y la de Conti, hay una diferencia que es casi una metáfora de la historia reciente argentina. Otro punto que me resultaba interesante es que Asís fue muy amigo y compinche de Conti. Creo que a diferencia de otros amigos de Haroldo que suelen dar testimonio sobre él, conocí una faceta de Conti que siempre se deja de lado: hay cierto atorrantismo y lumpenismo en Haroldo. Intenté hablar con Asís, incluso cuando trabajé haciendo la investigación para “Homo Viator” quería incluirlo en el documental. Al director le pareció que no, y es respetable. Lo quise entrevistar para el libro, me vinculé con su editorial, me terminaron pasando su mail pero jamás me contestó. Que no se entienda que hice este trabajo de análisis porque Asís no me contestó. También lo hubiera hecho si podía reunirme con él. Me faltó conversar con él, pero me interesó mucho conversar con su obra. Su literatura no me gusta, sin embargo es muy interesante porque habla mucho de Argentina. Se entiende mucho al país leyendo a Asís y creo que, por comparación, se entiende más a Conti leyendo a Asís.

-¿En la actualidad, Haroldo Conti es más reconocido como escritor o como militante?
-Me temo que hubo una institucionalización de Conti. Existe el centro cultural que está, nada menos, en la Esma (ex centro clandestino de detención). También hubo durante años un premio literario Haroldo Conti, hubo muestras y películas. Sin embargo, no creo que se lo lea tanto y es interesante ponerse a pensar por qué no. Hay muchos que tratan de verlo a Conti básicamente como el escritor-militante, y piensan esta figura más en relación a cómo era Walsh. La obra de Conti es profundamente política, pero no tiene ni un “Operación Masacre”, “¿Quién mató a Rosendo?”, ni una “Carta abierta a la Junta Militar”. Entonces para la lectura militante es complicado. Hay mucha gente en la academia y lectores jóvenes que quieren hacer tabla raza con esa época, y asocian a Conti con la militancia y no quieren saber nada sobre él. Si se lo leyera sin preconceptos militantes o antimilitantes se encontraría una obra interesante para cualquier lector.

-¿Dónde encontrás lo político en la obra de Conti?
-Lo político está de muchas maneras. En algunos casos son simultáneas y en otros, son sucesivas. Vayamos de lo más reciente hacia más atrás. Su época más procubana, en la que está más integrado en la militancia legal dentro de la revista “Crisis”, en el Frente Cultural del PRT y en el FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo), exponiéndose públicamente cuando no era joda asumir esas posiciones, porque te cagaban a tiros. No era una cuestión de snobismo, aunque pudiera haber algunos snobs como siempre pasa. También es la época de escritura de “Mascaró…”. Siempre tuve problemas literarios con esa novela, porque no me parece su mejor obra. Como narrativa de viajes tiene momentos muy buenos. Incluso revaloricé más a “Mascaró…” cuando la terminé y tuve una charla con un militante peronista de La Plata, Gonzalo Cháves. Él valorizaba como revolucionario el tema de que en “Mascaró…” se plantea la alegría y el placer. La izquierda se tiene que hacer cargo de la alegría y del placer, no solo del sacrificio. Quizá eso es lo más revolucionario de “Mascaró…”. La novela, que es la más explícitamente política de Haroldo, sin embargo es muy metafórica. Si vamos más atrás en la obra, buena parte de los cuentos de “La balada del álamo carolina” tienen que ver con el campo argentino. Es una visión absolutamente diferente a la que se puede ver en “Don Segundo Sombra”, de Ricardo Güiraldes, o la literatura gauchesca. Conti muestra el campo del inmigrante pobre y el tipo de personaje que rescata, es un tipo que la literatura argentina sobre el campo no ha tratado muy bien. “La balada…” fue muy criticado por izquierda, porque se pensaba que le faltaba garra política. Quizá por las lecturas de César Pavese que Haroldo tenía, o por su base de formación católica, estaba viendo que para poder desarrollar determinada política había una serie de lazos que fueron necesarios, por ejemplo como retaguardia de las organizaciones. Si hubiera existido una mejor comprensión del sujeto social, otras cosas habrían sucedido en Argentina. Conti estaba planteando esa comunicación, el que escribía eso era un tipo muy comprometido con el PRT. Yendo más atrás en la obra aparece la novela “En vida”, que es sobre un hombre de la pequeña burguesía que va y viene desde su familia bien constituida hacia el lumpenaje de los vagos que viven de fiesta por la zona de la ribera del Tigre, que por esa época no era la ribera top que fue después del menemismo. Una novela de la época del dictador Onganía (1966-1970) es “Alrededor de la jaula”, y fue muy interesante leerla en paralelo a “Las hamacas voladoras”, de Miguel Briante, que es un cuento de rebeldía generacional. En los dos casos, es un pibe el que se rebela contra el sistema e implícitamente muestra que esa rebeldía juvenil e individual no conduce a ninguna parte. Yendo todavía más atrás, te encontrás con el cuento “Marcado”, de 1963 o 1964. Si se quiere es una historia de piratas. El argumento es sobre un contrabandista del río de La Plata, muy peleado con la Prefectura con la cual no quiere arreglar. En un momento los caga bien a tiros, sabe que lo van a ir a buscar, y entonces choca contra la lancha de la Prefectura y los hace volar. Cuando se dice que el PRT le cambió la cabeza a Haroldo, él ya estaba planteando la cultura combatiente hasta las últimas consecuencia en el año 63-64. Si vamos a la que me parece su gran obra maestra indispensable, la novela “Sudeste”, pone el ojo en otra parte de donde lo ubica la cultura argentina institucionalizada: tipos que son parias del río, un poco pescadores, un poco contrabandistas, otro poco ladrones. Tampoco los está idealizando, hay una opción por lo concreto que me parece muy fuerte: no tiene una visión clasista que los estigmatiza, ni tampoco esa cosa demagógica de decir está todo bien. Me parece que hay una opción política.

-¿También hay una opción en su lenguaje?
-Hay una política implícita en la elección del idioma castellano rioplatense y sus modismos y rugosidades. Haroldo no escribía para ser fácilmente publicado, pasado al cine, o traducido. Para él, la lengua de acá era una cuestión de conflicto y soberanía.

-¿Existen continuadores de Conti?
-En eso estamos un poco para atrás. Me interesa, y me asomé mínimamente a eso, pensar la literatura argentina tamizada un poco por la teoría del genocidio. Mucha gente desde la historia, e incluso desde organizaciones de derechos humanos, planteaba que era bastante contraria la idea de que existió un genocidio en Argentina, porque estaba convencida de que plantear la existencia de un genocidio despolitizaba la cuestión. Algunas personas, no todas, tenían como modelo de un genocidio algunas acepciones de lo que fue el genocidio nazi. Esto es pensar que el genocidio fue solamente contra judíos y una cuestión racial y no política. Hay un estudioso muy importante sobre los genocidios, el argentino Daniel Feierstein, que plantea de manera muy clara que no hay genocidio que no sea político. También plantea que el genocidio, si bien implica una aniquilación física, sobre todo lo que tiende es a aniquilar determinado tipo de relaciones sociales. Por lo tanto, el genocidio no culmina en la eliminación física de esos otros que no eran “no normalizables” para el Proceso de Reorganización Nacional en Argentina. Lo que se quiere borrar es la forma de relacionarse con el mundo: que los sindicalistas no sean más como Agustín Tosco, que los escritores no sean más como Walsh o como Conti. Entonces la etapa más importante de un genocidio es posterior a la aniquilación. Feierstein la caracteriza como “etapa de realización simbólica del genocidio”. Eso tiene sus marcas en cómo se lee la literatura argentina y cómo es el ejercicio de la literatura y la crítica hoy en día. Siento que el modelo de escritor, en general, apunta hacia otro lado. Cambiar eso no va a llevar un tiempo de decantación, sino que parte de una lucha política. Escritores que trabajen análogos a Conti, te diría Hernán Ronsino.

-Las personas que entrevistaste para el libro, ¿cómo te describieron a Conti como militante?
-En un solo caso alguien me pudo nombrar una tarea que Haroldo hizo. El resto de los consultados no había tenido contacto en la célula en la que estaba Conti, entonces nunca hubo una fuente, ni siquiera secundaria. Manuel Gaggero me plantea una anécdota: en un determinado momento, una célula pequeña en la que estaban Humberto Constanstini y, creo, Roberto Santoro, se encontraban volanteando y se genera una situación de peligro, no tenían buena seguridad, se les rompe el auto y se rajan a pata. Después Haroldo les rezonga: “Che, ¿les parece que el lugar para un escritor es repartir unos volantes? ¿No hay ninguna otra cosa que podamos hacer?”. Había versiones que lo daban como un cuadro en el plano cultural-político, al punto que habría estado a cargo de la radio del PRT. Hubo gente que me dijo que no podría haber sido un cuadro, no porque él no pudiera, sino porque les parecía que un intelectual sólo podía ser un compañero de ruta. También se dice que estuvo en la inteligencia del PRT, por los contactos que tenía con gente de la Armada y el Ejército. Es muy notable que en una carta que le escribe a al cubano Roberto Fernández Retamar en el verano del 75 y 76, hable del golpe de Estado y diga con una precisión siniestra de que van a matar a treinta mil personas. Era un tipo que tenía información. También se dice que trabajó en logística, sobre todo consiguiendo lugares para esconder gente y armar reuniones, debido a los contactos que tenía en un mundo insospechable y que era el mundo católico. Pero nadie me dijo que participó en una reunión de una célula o de dirección en la que estuvo Haroldo.

(Publicado en www.resumenlatinoamericano.org)

Bukowski y las clases sociales ocultas de EE.UU.

Cuando leí por primera vez Escritos de un viejo indecente de Charles Bukowski (Andernach, 1920 - Los Ángeles, 1994) descubrí con asombro a uno de los grandes escritores estadounidenses. Con un lenguaje claro y directo, sin vueltas ni grandilocuencias, Bukowski mostraba lo más descarnado del sistema norteamericano y revelaba los suburbios de la gran potencia que se sigue vendiendo como “ejemplo” de primer mundo.
El tan conocido “American Way of Life” era destruido con trompadas literarias por ese hombre que retrataba las bajezas a las que son sometidas las clases sociales más humildes y desprotegidas de Estados Unidos.
Respetando las enseñanzas de sus maestros, como Ernest Hemingway, no utilizaba en sus escritos análisis profundos dignos de sociólogos o intelectuales, sino que estampaba descripciones donde él participaba como protagonista principal, con las miserias y los aciertos a los que era arrastrado.
En uno de los artículos de Escritos…, Bukowski se refería a los “asesinos” que pueblan Estados Unidos, siendo ese uno de sus temas que siempre vuelven en su obra. Y, con su forma descarnada e incómoda, analizaba el asesinato de John F. Kennedy: “ésta es la década de eso: la Década de los Especialistas y la Década de los Asesinos. Ninguno de ellos vale una cagada de perro cristalizado. El principal problema de una cosa como el último asesinato es que no sólo perdemos a un hombre de cierto mérito, sino que perdemos también beneficios políticos, espirituales y sociales, y esas cosasexisten, aunque parezcan tan altisonantes. Lo que quiero decir es que en una crisis de asesinato las fuerzas reaccionarias y antihumanas tienden a solidificar sus prejuicios y a utilizar todas las brechas como medios de echar a la Libertad natural del jodido taburete del final de la barra”.
Descarnadas, procaces, enfermas, alcohólicas, denigrantes eran las palabras con las que Bukowski retrataba su vida y su entorno. Ni épica, ni historia complacientes: en Escritos de un viejo indecentelos relatos incomodan, dan rabia y asco, se unen por temas comunes donde la prostitución, el desempleo, el hambre, la lujuria y los ambientes densos se conjugan para regalar a los lectores un escenario siempre oculto tras las pantallas de los mass medias.
Pero tal vez donde el funcionamiento del sistema estadounidense queda más en evidencia es en su primera novela: Cartero, la historia del escritor dentro del sistema postal, la explotación llana y profunda de los trabajadores hasta en las más mínimas situaciones y las consecuencias en la carne de su alter ego, Henry Chinaski, que renuncia agotado y se deja llevar por la marea de las carreras de caballos y el alcohol. Con el paso del tiempo, quebrado y cercado por las “responsabilidades”, Chinaski decide volver al correo donde lo espera la repetición de sus días pasados con jefes cancerberos que, tan explotados como los trabajadores, asumen la postura de amos y señores sobre sus empleados.
En la descripción de G.G., uno de sus compañeros de trabajo, se puede rastrear los mecanismos de este sistema de explotación: “Había empezado de cartero a los veintipocos años y ahora andaba ya por los sesenta. Había perdido la voz. No hablaba. Graznaba. Y cuando graznaba, no decía gran cosa. No era apreciado ni despreciado. Simplemente estaba allí. Su cara se había arrugado en extraños surcos y pliegues de carne poco atractivos. En ella no brillaba ninguna luz. No era más que un viejo tipejo que hacía su trabajo: G.G. Sus ojos parecían dos estúpidos pegotes de barro asomándose por las bolsas imprecisas de sus párpados. Era mejor no pensar en él, ni mirarle”. Y en la historia de G.G., que en el relato estalla en una crisis nerviosa mientras su jefe busca con quién reemplazarlo para que el reparto de cartas no se retrase, se revela un final repetido: “Nunca volví a ver a G.G. Nadie supo lo que le pasó. Tampoco nadie volvió a mencionarle. El ‘viejo buenazo’. El hombre con dedicación. Degollado por un puñado de circulares de un supermercado local, con su oferta: un paquete de un famoso detergente de regalo al presentar el cupón con cada compra superior a 3 dólares”.
Rechazado por muchos y denigrado por los defensores de la “corrección literaria”, las novelas y escritos de Bukowski muestran a la nación del norte en las décadas del 50 y 60, y sacan a luz un sistema imperfecto, donde la pobreza y sus consecuencias son moneda corriente.
Alguna vez, este escritor al que se lo acusó de absolutamente todas las bajezas, declaró: “Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y los destinos rotos. También me gustan las mujeres viles, las perras borrachas, con las medias caídas y arrugadas y las caras pringosas de maquillaje barato. Me gustan más los pervertidos que los santos. Me encuentro bien entre marginados porque soy un marginado. No me gustan las leyes, ni morales, religiones o reglas. No me gusta ser modelado por la sociedad”.
Con el sonido molesto y lacerantes de esas palabras, entrar a los libros de Bukowski es conocer en profundidad los resultados de un país que desde hace décadas impone en el mundo un sistema político y económico que deja pobres, hambrientos, y hombres y mujeres asediados por una vida que sólo brilla desde las pantallas de los televisores. 
(Publicado en www.marcha.org.ar / 3 de abril de 2014)

El secretario

Tranquila, Buenos Aires. Y desierta. La humedad no se sufre tanto, piensa el secretario, piel blanca, ojeras que delatan los días sin dormir. Se acomoda en la silla y deja que su mente le dicte a su mano lo que ahora garabatea con una pluma sobre un papel amarillento. Un escritorio de madera noble sostiene ese papel y muchos otros.
Sabe, el secretario, que la conspiración está en marcha. Esta vez, esa conspiración no apunta contra los dueños del país y los grandes señores de la España imperial. Él, y ese grupo de locos, degenerados, lascivos pensadores del desorden -como muchos dicen en tertulias y salones porteños-, son el blanco. Dicen de Moreno, y de ese grupo, que está con los indios, con los negros y con la disolución de las buenas costumbres. Aborrecen a Moreno, y a los degenerados que lo acompañan, en esas tertulias y salones porteños.
¿Qué sucedió para que yo, Mariano Moreno, abogado, representante de importantes comerciantes, periodista y amante apasionado, piense en este preciso momento en que no existen razones para que la furia de la revolución caiga, sin vacilar, contra traidores, ambiguos y lameculos de la España imperial?
Eso piensa Moreno en una Buenos Aires silenciosa, agazapada y que es un volcán de conspiraciones.
Moreno escribe lo que su mente le dicta. Escribe y piensa y también se desespera. Siente que la revolución se escapa de sus manos. La revolución, se dice, es arena en mis manos. Punzante y en plena ebullición, lo que escribe Moreno.
Ahora tiene sed y hambre.
Moreno desprecia a don Cornelio Saavedra y a los adulones de Saavedra. Los desprecia porque los conoce de cerca. Son los grandes señores. Son los tibios. Son, y esto Moreno lo sabe a la perfección, los encargados de truncar el sueño de la revolución.
La acidez le sube por el estómago. Por la sed, por el hambre, por Saavedra.
Se levanta de la silla, camina por el salón y se asoma a una de las ventanas. Buenos Aires y sus calles de tierra son irreales. No existen ruidos en esa ciudad en la cual se define el destino del país, piensa ese abogado que descubrió, con la pasión de los iniciados, las mieles demoledoras de la revolución francesa.
Es tarde, se dice Moreno. Camina hasta un sillón, recoge su capa y la acomoda sobre sus hombros. Tiene una cita. Lo esperan a Moreno. Y quienes lo esperan están ansiosos por escucharlo. Esos hombres que aguardan quieren escuchar a Moreno, no al secretario de Guerra y Gobierno de la Primera Junta. Quieren escuchar a uno de ellos.
Los hombres de ese grupo, reunidos en una casona vigilada y oscura, vieron con sus propios ojos cuando Moreno, la voz clara, la cara rígida y segura, ordenó fusilar al virrey Santiago de Liniers. Y conocieron también la furia de Moreno cuando esos soldados que atraparon a Liniers en Córdoba no se atrevieron a cumplir la orden. Y esos hombres, reunidos en una casona perdida de una Buenos Aires fantasmal, escucharon a Moreno decirle a Juan José Castelli, “Vaya usted”. Eso dijo el secretario y periodista y abogado. Y después afirmó, mirando fijo a Castelli, que si incurría en una debilidad similar a la de esos soldados, iría él mismo a rematar al representante de la España imperial. Y que remataría a quién fuera necesario para blindar la revolución.
Se detiene Moreno. El salón en el que escribe frenéticamente está apenas manchado por una luz mortecina. Se toca en la cintura. Palpa y confirma que las dos pistolas plateadas y relucientes están en su lugar. Buenos Aires lo acecha. Moreno cruza el portal a paso acelerado. Afuera lo esperan. Los locos y degenerados jacobinos, y los restauradores del orden imperial, lo esperan.
(Publicado en www.marcha.org / 23 de mayo de 2014)

domingo, 19 de enero de 2014

Mamboretá


Entonces el mamboretá colgado de la ramita, su cara de insecto que parecía observarnos con curiosidad y algunas gotas de rocío se escurrían por las hojas, y el bicho ahí, escrutando vaya a saber qué, si es que un mamboretá tiene noción real de la gente que lo rodea, justo en Cojímar, qué se yo si nacen, viven, se reproducen y mueren los mamboretás en Cuba, pero ese estaba ahí, en un patio nocturno y silencioso, mirando curioso a dos argentinos en un enero lluvioso y bastante frío, cómo puede ser que se venga este tornillo en el medio del Caribe, pero ya lo habían dicho en el noticiero de las ocho, una ola polar que bajaba del norte y cuando lo escuchaste dijiste en voz alta seguro son los yankis que mandan el frío ese, siempre quieren joder a todos, y las carcajadas, y esa familia que nos arropó en Cojímar, ellos pensando (después nos confesaron) qué argentinos locos, qué les gusta tanto de este pueblo, acá siempre es lo mismo, entonces a cuadrarse y de puros fanáticos que sí, que acá la tranquilidad es impagable, de madrugada se puede caminar hasta la costa, sentarse en el malecón, las piernas colgando sobre el mar, y atrás la mirada de Hemingway cuidando la noche, y ahí nomás risas al por mayor, y los nenes de la familia sin saber qué decíamos, todo esto por un congreso de historia que nos había encontrado en La Habana y problemas en el hotel y entonces Javier sin dudar pronunció las palabras mágicas, no se preocupen que resolvemos, y nos llevó derecho a Cojímar, y cuando las disertaciones se ponían aburridas, escaparse temprano, montarse en la guagua y bajar en cualquier calle, imaginar que Papá Hem anduvo por ahí, meterse en el agromercado de puros curiosos, comprar boniato y ananá cortadito y qué importa qué tan lejos estamos, volver al mar, a Hemingway, sentir a ese hombre suicida pescando, hablando con la gente, no te olvidés que era amigo de Fidel, dijiste, y subir hacia la casa y si el mamboretá todavía no aparecía, otra vez a la guagua, la cincuenta y ocho, ese número tan común sonaba como música cuando venía con acento cubano, la cincuentaiosho, esas últimas tres letras llevaban toda la cadencia, y en la guagua, un poco apretados, La Habana se abría y más malecón y unos tragitos con Lucre, sus preguntas, las historias que nos regalaba, de Guatemala a Cuba, de la guerrilla a las ausencias queridas y más esperanzas, de la selva al exilio en Francia, y cuando llegaba Graciela todo se convertía en frenesí, actividades, entrevistas y dale que va con la lucha, decía Graciela, hay que meterle que sino se nos va la vida, y cuando nadie lo pensaba, ahí descubríamos qué carajo era la vida, hasta la tardecita convencidos y todavía más seguros en la vuelta hacia Cojímar, a ese patio inmenso, fresco, donde los abuelos de la familia se despedían todas las noches y se dejaban llevar por los años y algunos achaques, entonces entraba a escena un puro grueso y humeante, justo en esa casa donde los días pasaban entre el asombro, la calidez y mucha comida, porque nadie nos quería ver sin masticar, desayuno, almuerzo y cena, y a media tarde unas porciones de torta a un peso mientras el panadero nos preguntaba sobre fútbol, Sandro y Argentina, hasta que se ponía serio cuando alguno de los dos amagaba a confirmar que el Che era argentino, oye asere, nació allí pero era cubano, y otra vez la cadencia del acento se convertía en un estado de armonía, esponjoso, para abrazarse de esa sensación difícil de describir y no soltarse más y caminar por las calles con vaivenes que siempre llevaban al mar, entonces qué mejor que un café, sentados en la puerta de cualquier casa, saber que los autos no iban a molestar, o disfrutar el paso de un Chevrolet del cincuenta, o volver a esa librería donde encontramos la historia de Camilo que tanto buscábamos, y el patio, el mamboretá ahí, esta vez en otra rama, pero con sus ojos brillantes y una fiesta de estrellas en el cielo, y los perros jugando y nosotros de casualidad mirando lo mismo y entonces nos besamos, y el sabor a tabaco flotando en el aire mezclado con la sal, y las últimas horas de una despedida hasta vaya a saber cuándo.

(Enero de 2014)