sábado, 14 de junio de 2014

Un francotirador contra el Sueño Americano


Cuando caminaba, Hunter Stockton Thompson parecía flamear como una bandera en la punta de un mástil. En ese lugar en las alturas hizo equilibrio hasta que decidió volarse la cabeza de un disparo, en febrero de 2005. Sus piernas flacas se negaban, en muchas ocasiones, a respetar las órdenes del resto del cuerpo, como queda retratado en la película Pánico y locura en Las Vegas, del director Terry Gilliam, basada en uno de los libros de Thompson, periodista estadounidense nacido en Louisville (Kentucky) en 1937 o, tal vez, en 1939.

Pantalones cortos, gorra de playa, un cigarrillo incrustado en la boquilla que bailaba en su boca, y zapatillas blancas de lona eran la vestimenta del Doctor Thompson, apodo con el que se lo conoció. O más sobrio: camisa oscura, lentes negros y la cabeza rapada, en los tiempos que encabezó su candidatura por el partido Poder Freak.

Aunque es recordado por su ingesta de drogas y alcohol, sus viajes alucinados por Estados Unidos y América Latina, su pasión por las armas de grueso calibre y los grandes Chevrolet y Cadillac, y por ser gestor de una escritura “nacida” de los permanentes cócteles de estupefacientes que lo acompañaron en sus travesías, Thompson fue mucho más que eso. El padre del “periodismo gonzo” se opuso de forma radical a la invasión de Estados Unidos a Vietnam, se convirtió en uno de los más severos críticos a las administraciones del presidente Richard Nixon, se forjó como un trabajador de la prensa que apostó en dos oportunidades por candidatos demócratas ante la avalancha republicana y guerrerista, y no dudó en criticar duramente a esos dos candidatos cuando mostraron sus flaquezas y limitaciones. Thompson fue un hombre que mostró la vida de los pobres y desplazados, de los chicanos y olvidados, pero también alguien que absorbió los vientos de su época, cuando en las décadas del 60 y 70 Estados Unidos disfrutó, aunque sea por unos instantes, de la libertad que siempre se desprende de la rebeldía.


De Puerto Rico al Gonzo

Con poco más de veinte años, Hunter viajó a Puerto Rico luego de ser despedido del Daily Record, de Nueva York. Desde ese momento, comenzaría un viaje que lo llevaría hasta el sur de América, que incluyó varios días en Buenos Aires. Thompson buscaba algo, como muchos de su generación. No solo intentaba bucear en ese “Nuevo Periodismo” que teorizaría Tom Wolfe, sino que intentaba encontrar una pulsión para su vida.

Mientras trabajaba en el diario San Juan Start, empezó la escritura de El diario del ron, novela que recién vería la luz en 1997. En ese texto, iniciático y por momentos prejuicioso, las desventuras de un periodista en la búsqueda de su ser se entrelazaban con borracheras, fiestas frenéticas en las islas del Caribe, una mujer hermosa rodeada de peligros, peleas en la calles y la cárcel. En paralelo, ya se mostraba como un desesperado escritor de correspondencia, de las cuales una parte se pueden leer en El escritor gonzo. Cartas de aprendizaje y madurez, publicado en 2012. Se calcula que en toda su vida escribió más de 22 mil cartas dirigidas a colegas, políticos, o amigos como Óscar Acosta, abogado mexicano y activista que aparecería muerto bajo un manto de sospecha. El mismo Acosta sería su compañero en la ciudad de los casinos y las luces, retratada posteriormente en el libro Miedo y asco en Las Vegas.

Como periodista trabajó en un sinfín de medios, como el National Observer, Esquire, Playboy y Rolling Stones. A su regreso y acorralado por las deudas, deambuló por Estados Unidos hasta instalarse en su rancho de Woody Creek, Colorado.

Mientras tanto, en su cabeza se armaba un libro sobre la muerte del Sueño Americano que nunca escribiría, pero cuyo tema central estuvo presente en sus artículos y demás libros publicados.

En Los Ángeles del Infierno. Una extraña y terrible saga (1966), Thompson convivió durante un año con los motoqueros que surcaban las rutas de California y armó una radiografía de un sector de la sociedad norteamericana que vivía en los márgenes. Sin ideales claros, despreciando todo lo que los rodeaba, los Ángeles del Infierno se convirtieron en un símbolo satanizado por los medios de comunicación. Sus costumbres, sus viajes y ruidosos arribos a pueblos aterrados, las vidas de los principales Ángeles, la convivencia con la fama y su propia experiencia se sintetizaron en su libro más acabado y periodístico. En ese texto no escatimó reflexiones sobre la sociedad de ese entonces: “El llamado sistema de vida norteamericano empieza a parecer un dique hecho con cemento barato, con muchas más fisuras que dedos tiene la ley para taparlos. Norteamérica lleva engendrando descomposición social masiva desde que acabó la Segunda Guerra Mundial”. Y sobre qué era ese grupo de motoqueros tampoco fue gentil: “Los Ángeles, como todos los demás forajidos motoristas, son de un anticomunismo rígido. Tienen unos puntos de vista políticos que se reducen al mismo tipo de patrioterismo retrógrado del que se alimenta la John Birch Society, el Ku Klux Klan y el partido nazi norteamericano”.

El año del surgimiento del periodismo gonzo sería 1970. Thompson fue enviado por la revista Scanlan’s Monthly a cubrir el derby de Kentucky, junto al dibujante inglés Ralph Steadman. En el artículo que nació de esa cobertura se observó por primera vez la intervención desmedida y generadora de situaciones ocasionadas por el autor que, en este caso, se trasladaba totalmente ebrio y bajo los efectos de la mezcalina, y con un tarro de gas picante para amenazar a quien se interpusiera entre él y la realidad. Steadman había viajado a Estados Unidos y cuando se encontraron, lo primero que hizo Thompson fue darle una dosis de mezcalina. Para Steadman, que en esa época se consideraba “un monaguillo, decente, inocente”, las imágenes que debía retratar cambiaron totalmente. En el documental The Life and Work of Dr. Hunter S. Thompson, el dibujante recordaría que “el nacimiento del gonzo ocurrió cuando el mal salió de mí en los dibujos”. En una de sus cartas, Thompson diría que un “periodista gonzo es como un yonqui o un perro mestizo: no se conoce la forma de remediarlo”.

En 1971 aparecería la biblia del gonzo, el libro que lo llevó a traspasar todos los límites y catapultarlo a la fama. Miedo y asco en Las Vegas fue escrito de forma demencial desde el momento en que tuvo que viajar a esa ciudad, para cubrir la carrera de motos Mint 400 y una convención nacional sobre drogas y narcotráfico organizada por la policía. A partir de ahí todo se convirtió en alucinaciones lisérgicas, destrucción de autos y hoteles, paranoia permanente, pastillas, éter, cocaína, y situaciones extremas en las que convivían la decadencia, el desparpajo y un humor corrosivo. Pero también sus ojos se mantenían atentos para disparar contra la sociedad. “Salí de la escalera y entré en el casino, aún había un gran gentío apretujado alrededor de las mesas de dados –escribió-. ¿Quién es esa gente? ¡Qué fachas! ¿De dónde salían? Parecían caricaturas de vendedores de coches de segunda mano de Dallas. Pero eran reales (...) aún seguían gritando allí alrededor de aquellas mesas de dados de la ciudad del desierto a las cuatro y media de una madrugada de domingo. Aún perseguían el Sueño Americano, aquella visión del Gran Ganador surgiendo del caos final del preamanecer de un rancio casino de Las Vegas”.

Para el editor del libro de cartas de Thompson, Douglas Brinkley, “como forma pura de arte literario, el gonzo prácticamente exige que no haya corrección del texto: el reportero y su búsqueda de información son fundamentales para el artículo, que se cuenta mediante la fusión de realidad en bruto y fantasía desbocada con intención de divertir tanto al autor como al lector”. Tom Wolfe también daría el parecer sobre su amigo y las consecuencias de su oficio: “Sentir la necesidad de ser gonzo todo el tiempo debe haber sido una carga en su pobre mente. Estaba tan identificado con la vida que había descrito que le costaba no estar disfrazado, no ser el actor que se necesitaba. Hunter debe haberse sentido atrapado, atrapado en gonzo”.

En la década del 70 aparecería publicado La gran caza del tiburón, compendio de artículos donde se aprecia la evolución del periodismo “clásico” al gonzo, teniendo en el relato Mezcalito el exponente más descarnado del nuevo estilo. Además escribiría Miedo y asco en la campaña presidencial de 1972, aparecido un año después de la reelección de Nixon. Su compañero de trabajo Timothy Crouse describiría que los artículos de Hunter “eran un hibrido muy particular de reportes claros, correctos y directos y, a veces, de completa fantasía. Todo se fusionaba, y a algunos les costaba distinguir la fantasía de los demás”.
Pero la luz periodística de Thompson se veía cada vez más opacada por su vida de frenesí continuo. Su rancho en Colorado se había convertido en una mezcla de lupanar, hotel de paso para hippies y motoqueros, y punto de reunión para consumir todo tipo de drogas. A mediados de los setenta, dejaría de escribir, salvo por columnas espaciadas que aparecían en algunos diarios. Su última gran cobertura sería en Zaire, persiguiendo a uno de sus pocos héroes: Muhammad Alí, que defendió el título mundial ante George Foreman.


Los freaks al poder

El Poder Freak fue un huracán de locura que no pasó desapercibido y sin repercusiones. En noviembre de 1970, Thompson se presentó como candidato a sheriff en el poblado de Aspen, Colorado, zona de esquí por excelencia. Un año atrás, el joven abogado Joe Edwards se había postulado como alcalde del pequeño pueblo, en unas elecciones que perdió por apenas seis votos y en las cuales se logró la movilización de gente que nunca había votado, o que no tenían ningún interés en la política. “La vieja guardia estaba condenada, los liberales aterrados y el underground  había aflorado, con una brusquedad terrible, en un viaje de poder muy serio”, escribió Thompson en su artículo Poder Freak en Las Rocosas, publicado en Rolling Stones.

En un pueblo donde el dinero fluye a través del negocio inmobiliario y el turismo, el grupo de freaks que intentaba la victoria se enfrentó a una campaña sostenida para desacreditarlo ante la posibilidad real del triunfo. “Los que tenían razones para temer el programa de Edwards –recordaba Thompson- eran los parceladores, los chulos del esquí, los promotores inmobiliarios con base en la ciudad que había caído allí como una plaga de cucarachas venenosas dispuestos a comprar y vender todo el valle, quitándoselo a la gente que aún lo valoraba como un lugar bueno para vivir y no sólo como una buena inversión”.
Cuando Thompson se presentó como candidato propuso detener la construcción de supercarreteras, contener el desarrollo industrial desmedido, y golpear a la sociedad de consumo y a quienes manejaban el redituable negocio del esquí. Para mayores escándalos, los afiches de su campaña mostraban, sobre fondo negro, un puño rojo con un peyote en el medio.

Cerradas las mesas electorales, Thompson obtuvo 173 votos y su contrincante Whitmire, que tenía como meta principal perseguir a los hippies y defender el status quo de Aspen, alcanzó 204 sufragios. En medio de la campaña, el periodista aclaraba: “no somos una rareza en absoluto -no en el sentido literal-, pero las retorcidas realidades del mundo en que nos esforzamos por vivir se han combinado de tal modo que nos sentimos rarezas. Discutimos, protestamos, pedimos: pero nada cambia”. Y agregaba: “Así que ahora, mientras en el resto del país estalla una tormenta de atentados con bombas y atentados políticos, un puñado de ‘rarezas’quiere realizar un experimento, definitivo y quizá retrógrado, con la idea de forzar el cambio en las urnas... y si hay que llamar a eso Poder Freak, bueno..., pues que así sea”.


Nixon y Bush: las decepciones

La política para Thompson seguiría presente y  no dudaría en cargar sus armas contra el republicano Richard Nixon. En 1972, cuando fueron las elecciones en el país, los demócratas habían elegido a un postulante un tanto heterodoxo: George McGovern, quien aseguraba que sus primeras medidas serían retirar las tropas de Vietnam, dictar una amnistía para los desertores del servicio militar y recortar el presupuesto de defensa. Sin embargo, Nixon obtuvo la reelección y el impacto que produjo en Thompson quedó impreso en papel: “Este puede ser el año en que finalmente nos enfrentemos con nosotros mismos, finalmente dar un paso atrás y decir que realmente sólo somos una nación de 220 millones de vendedores de autos usados con todo el dinero que necesitamos para comprar armas, sin el más mínimo problema respecto a matar al resto del mundo que trata de incomodarnos”.

Thompson tuvo un acercamiento a James Carter, quien fuera presidente en 1977, pero su vida ya transitaba una cuesta abajo repleta de drogas, alcohol, orgías y un personaje –el periodista- que a él mismo le costaba manejar. El estilo gonzo, donde realidad y ficción se mezclaban en niveles nunca antes experimentados, también se había tatuado con profundidad en su piel.

En The Life and Work…, su segunda esposa Anita recuerda una nueva decepción del periodista, que en los últimos tiempos tenía como tema predilecto el suicidio. En enero de 2001, George W. Bush asumía la presidencia de Estados Unidos y la figura de Nixon se volvía otra vez una pesadilla para sus noches.


Breve lección de periodismo

¿Qué convierte a una persona en un gran periodista? Tomar algo simple, cotidiano, que se encuentra perdido en el caos de las ciudades, y transformarlo en una perfecta descripción que transmite profundidades, sentimientos y denuncias, que sitúa al lector en el medio de un artículo y entonces puede respirar su aire, saborear lo dulce y amargo de una vida, sentir a los personajes en la propia piel.

Y cuando alguien lee ese artículo, se pregunta cómo hizo el periodista para escribir algo que, tal vez, si todos estuvieran con las antenas permanentemente activadas se les habría ocurrido de forma inmediata. Pero no, para captar la esencia y rescatar el diamante hundido en la mugre, para esas cosas están los grandes periodistas; un puñado que sale a la luz cada tanto, humildes, comprometidos con sus pensamientos, sedientos de verdad, un poco dementes, otro poco paranoicos, disciplinados a su manera, conscientes de que sus vidas no tienen ni mañanas ni noches.

¿Un ejemplo? Estos dos párrafos de Fame Is a One-Way Ticket, escrito por Thompson en 1956 y que retrataban al boxeador Joe Louis, conocido como El Bombardero de Detroit, campeón mundial de peso pesado 1936-1949: “La historia de Joe Louis no es nueva; es la historia de la estrella que vive más que su luz; el temible meteorito que no se ha desintegrado en mitad del aire, en el punto culminante de su trayectoria, sino que ha caído a plomo sobre la misma tierra poblada de millones que, momentos antes, habían observado su belleza boquiabiertos (…) Al mundo le gusta mirar a sus estrellas situadas en lo alto. El meteorito que cae de los cielos no sólo está apagado cuando toca tierra, sino que abre su propia tumba con su impacto. Así como la multitud mira con curiosidad el meteorito caído y luego se dispersa, la masa que rodea a Joe Luis se está reduciendo. Él sigue en pie, dolorosamente desconcertado en un mundo que jamás se tomó la molestia de comprender. La ovación de la entusiasmada multitud se ha convertido en el susurro de la minoría de curiosos. El fin es inevitable”.

Ahogado en una sociedad que siempre despreció y denunció, pero con la cual tuvo que negociar, los artículos y libros de Thompson no sólo quedan como lecciones del oficio periodístico. Hunter, como ese puñado de escritores de la generación beat, como Charles Bukowski o Norman Mailer, abordaron Estados Unidos desde “lo otro”: lo invisibilizado por los grandes medios y el poder que los financia. Se podría apuntar que el desenfreno lisérgico de Thompson y su obra visceral y precisa, es otra válvula de escape que el propio sistema norteamericano permite. Es verdad, pero tampoco se debe descartar al padre del periodismo gonzo que, si bien tuvo una historia similar a la de Joe Louis -siendo “la estrella que vive más que su luz”-, dejó al descubierto una sociedad agonizante y paranoica, inundada de ese “miedo y asco” con el que Thompson chocó en Las Vegas.


(Publicado en la revista Sudestada Nº 128, mayo 2014 – www.revistasudestada.com.ar)

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