Cuando caminaba, Hunter Stockton Thompson
parecía flamear como una bandera en la punta de un mástil. En ese lugar en las
alturas hizo equilibrio hasta que decidió volarse la cabeza de un disparo, en febrero
de 2005. Sus piernas flacas se negaban, en muchas ocasiones, a respetar las
órdenes del resto del cuerpo, como queda retratado en la película Pánico y
locura en Las Vegas, del director Terry Gilliam, basada en uno de los libros de
Thompson, periodista estadounidense nacido en Louisville (Kentucky) en 1937 o,
tal vez, en 1939.
Pantalones cortos, gorra de playa, un
cigarrillo incrustado en la boquilla que bailaba en su boca, y zapatillas
blancas de lona eran la vestimenta del Doctor Thompson, apodo con el que se lo
conoció. O más sobrio: camisa oscura, lentes negros y la cabeza rapada, en los
tiempos que encabezó su candidatura por el partido Poder Freak.
Aunque es recordado por su ingesta de
drogas y alcohol, sus viajes alucinados por Estados Unidos y América Latina, su
pasión por las armas de grueso calibre y los grandes Chevrolet y Cadillac, y por
ser gestor de una escritura “nacida” de los permanentes cócteles de
estupefacientes que lo acompañaron en sus travesías, Thompson fue mucho más que
eso. El padre del “periodismo gonzo” se opuso de forma radical a la invasión de
Estados Unidos a Vietnam, se convirtió en uno de los más severos críticos a las
administraciones del presidente Richard Nixon, se forjó como un trabajador de
la prensa que apostó en dos oportunidades por candidatos demócratas ante la
avalancha republicana y guerrerista, y no dudó en criticar duramente a esos dos
candidatos cuando mostraron sus flaquezas y limitaciones. Thompson fue un hombre
que mostró la vida de los pobres y desplazados, de los chicanos y olvidados,
pero también alguien que absorbió los vientos de su época, cuando en las
décadas del 60 y 70 Estados Unidos disfrutó, aunque sea por unos instantes, de la
libertad que siempre se desprende de la rebeldía.
De Puerto Rico al Gonzo
Con poco más de veinte años, Hunter viajó a
Puerto Rico luego de ser despedido del Daily Record, de Nueva York. Desde ese
momento, comenzaría un viaje que lo llevaría hasta el sur de América, que
incluyó varios días en Buenos Aires. Thompson buscaba algo, como muchos de su
generación. No solo intentaba bucear en ese “Nuevo Periodismo” que teorizaría
Tom Wolfe, sino que intentaba encontrar una pulsión para su vida.
Mientras trabajaba en el diario San Juan
Start, empezó la escritura de El diario del ron, novela que recién vería la luz
en 1997. En ese texto, iniciático y por momentos prejuicioso, las desventuras
de un periodista en la búsqueda de su ser se entrelazaban con borracheras,
fiestas frenéticas en las islas del Caribe, una mujer hermosa rodeada de
peligros, peleas en la calles y la cárcel. En paralelo, ya se mostraba como un
desesperado escritor de correspondencia, de las cuales una parte se pueden leer
en El escritor gonzo. Cartas de aprendizaje y madurez, publicado en 2012. Se
calcula que en toda su vida escribió más de 22 mil cartas dirigidas a colegas,
políticos, o amigos como Óscar Acosta, abogado mexicano y activista que
aparecería muerto bajo un manto de sospecha. El mismo Acosta sería su compañero
en la ciudad de los casinos y las luces, retratada posteriormente en el libro Miedo
y asco en Las Vegas.
Como periodista trabajó en un sinfín de
medios, como el National Observer, Esquire, Playboy y Rolling Stones. A su
regreso y acorralado por las deudas, deambuló por Estados Unidos hasta
instalarse en su rancho de Woody Creek, Colorado.
Mientras tanto, en su cabeza se armaba un
libro sobre la muerte del Sueño Americano que nunca escribiría, pero cuyo tema
central estuvo presente en sus artículos y demás libros publicados.
En Los Ángeles del Infierno. Una extraña y
terrible saga (1966), Thompson convivió durante un año con los motoqueros que
surcaban las rutas de California y armó una radiografía de un sector de la
sociedad norteamericana que vivía en los márgenes. Sin ideales claros,
despreciando todo lo que los rodeaba, los Ángeles del Infierno se convirtieron
en un símbolo satanizado por los medios de comunicación. Sus costumbres, sus
viajes y ruidosos arribos a pueblos aterrados, las vidas de los principales
Ángeles, la convivencia con la fama y su propia experiencia se sintetizaron en su
libro más acabado y periodístico. En ese texto no escatimó reflexiones sobre la
sociedad de ese entonces: “El llamado sistema de vida norteamericano empieza a
parecer un dique hecho con cemento barato, con muchas más fisuras que dedos
tiene la ley para taparlos. Norteamérica lleva engendrando descomposición
social masiva desde que acabó la Segunda Guerra Mundial”. Y sobre qué era ese
grupo de motoqueros tampoco fue gentil: “Los Ángeles, como todos los demás
forajidos motoristas, son de un anticomunismo rígido. Tienen unos puntos de
vista políticos que se reducen al mismo tipo de patrioterismo retrógrado del
que se alimenta la John Birch Society, el Ku Klux Klan y el partido nazi
norteamericano”.
El año del surgimiento del periodismo gonzo
sería 1970. Thompson fue enviado por la revista Scanlan’s Monthly a cubrir el
derby de Kentucky, junto al dibujante inglés Ralph Steadman. En el artículo que
nació de esa cobertura se observó por primera vez la intervención desmedida y
generadora de situaciones ocasionadas por el autor que, en este caso, se
trasladaba totalmente ebrio y bajo los efectos de la mezcalina, y con un tarro
de gas picante para amenazar a quien se interpusiera entre él y la realidad.
Steadman había viajado a Estados Unidos y cuando se encontraron, lo primero que
hizo Thompson fue darle una dosis de mezcalina. Para Steadman, que en esa época
se consideraba “un monaguillo, decente, inocente”, las imágenes que debía
retratar cambiaron totalmente. En el documental The Life and Work of Dr. Hunter
S. Thompson, el dibujante recordaría que “el nacimiento del gonzo ocurrió
cuando el mal salió de mí en los dibujos”. En una de sus cartas, Thompson diría
que un “periodista gonzo es como un yonqui o un perro mestizo: no se conoce la
forma de remediarlo”.
En 1971 aparecería la biblia del gonzo, el
libro que lo llevó a traspasar todos los límites y catapultarlo a la fama. Miedo
y asco en Las Vegas fue escrito de forma demencial desde el momento en que tuvo
que viajar a esa ciudad, para cubrir la carrera de motos Mint 400 y una
convención nacional sobre drogas y narcotráfico organizada por la policía. A
partir de ahí todo se convirtió en alucinaciones lisérgicas, destrucción de
autos y hoteles, paranoia permanente, pastillas, éter, cocaína, y situaciones
extremas en las que convivían la decadencia, el desparpajo y un humor corrosivo.
Pero también sus ojos se mantenían atentos para disparar contra la sociedad.
“Salí de la escalera y entré en el casino, aún había un gran gentío apretujado
alrededor de las mesas de dados –escribió-. ¿Quién es esa gente? ¡Qué fachas!
¿De dónde salían? Parecían caricaturas de vendedores de coches de segunda mano
de Dallas. Pero eran reales (...) aún seguían gritando allí alrededor de
aquellas mesas de dados de la ciudad del desierto a las cuatro y media de una
madrugada de domingo. Aún perseguían el Sueño Americano, aquella visión del
Gran Ganador surgiendo del caos final del preamanecer de un rancio casino de
Las Vegas”.
Para el editor del libro de cartas de
Thompson, Douglas Brinkley, “como forma pura de arte literario, el gonzo
prácticamente exige que no haya corrección del texto: el reportero y su
búsqueda de información son fundamentales para el artículo, que se cuenta
mediante la fusión de realidad en bruto y fantasía desbocada con intención de
divertir tanto al autor como al lector”. Tom Wolfe también daría el parecer
sobre su amigo y las consecuencias de su oficio: “Sentir la necesidad de ser
gonzo todo el tiempo debe haber sido una carga en su pobre mente. Estaba tan
identificado con la vida que había descrito que le costaba no estar disfrazado,
no ser el actor que se necesitaba. Hunter debe haberse sentido atrapado,
atrapado en gonzo”.
En la década del 70 aparecería publicado La
gran caza del tiburón, compendio de artículos donde se aprecia la evolución del
periodismo “clásico” al gonzo, teniendo en el relato Mezcalito el exponente más
descarnado del nuevo estilo. Además escribiría Miedo y asco en la campaña
presidencial de 1972, aparecido un año después de la reelección de Nixon. Su
compañero de trabajo Timothy Crouse describiría que los artículos de Hunter “eran
un hibrido muy particular de reportes claros, correctos y directos y, a veces,
de completa fantasía. Todo se fusionaba, y a algunos les costaba distinguir la
fantasía de los demás”.
Pero la luz periodística de Thompson se
veía cada vez más opacada por su vida de frenesí continuo. Su rancho en
Colorado se había convertido en una mezcla de lupanar, hotel de paso para
hippies y motoqueros, y punto de reunión para consumir todo tipo de drogas. A
mediados de los setenta, dejaría de escribir, salvo por columnas espaciadas que
aparecían en algunos diarios. Su última gran cobertura sería en Zaire,
persiguiendo a uno de sus pocos héroes: Muhammad Alí, que defendió el título
mundial ante George Foreman.
Los freaks al poder
El Poder Freak fue un huracán de locura que
no pasó desapercibido y sin repercusiones. En noviembre de 1970, Thompson se
presentó como candidato a sheriff en el poblado de Aspen, Colorado, zona de
esquí por excelencia. Un año atrás, el joven abogado Joe Edwards se había
postulado como alcalde del pequeño pueblo, en unas elecciones que perdió por apenas
seis votos y en las cuales se logró la movilización de gente que nunca había
votado, o que no tenían ningún interés en la política. “La vieja guardia estaba
condenada, los liberales aterrados y el underground había aflorado, con una brusquedad terrible,
en un viaje de poder muy serio”, escribió Thompson en su artículo Poder Freak
en Las Rocosas, publicado en Rolling Stones.
En un pueblo donde el dinero fluye a través
del negocio inmobiliario y el turismo, el grupo de freaks que intentaba la
victoria se enfrentó a una campaña sostenida para desacreditarlo ante la
posibilidad real del triunfo. “Los que tenían razones para temer el programa de
Edwards –recordaba Thompson- eran los parceladores, los chulos del esquí, los
promotores inmobiliarios con base en la ciudad que había caído allí como una
plaga de cucarachas venenosas dispuestos a comprar y vender todo el valle,
quitándoselo a la gente que aún lo valoraba como un lugar bueno para vivir y no
sólo como una buena inversión”.
Cuando Thompson se presentó como candidato propuso
detener la construcción de supercarreteras, contener el desarrollo industrial
desmedido, y golpear a la sociedad de consumo y a quienes manejaban el
redituable negocio del esquí. Para mayores escándalos, los afiches de su
campaña mostraban, sobre fondo negro, un puño rojo con un peyote en el medio.
Cerradas las mesas electorales, Thompson
obtuvo 173 votos y su contrincante Whitmire, que tenía como meta principal
perseguir a los hippies y defender el status quo de Aspen, alcanzó 204
sufragios. En medio de la campaña, el periodista aclaraba: “no somos una rareza
en absoluto -no en el sentido literal-, pero las retorcidas realidades del
mundo en que nos esforzamos por vivir se han combinado de tal modo que nos
sentimos rarezas. Discutimos, protestamos, pedimos: pero nada cambia”. Y agregaba:
“Así que ahora, mientras en el resto del país estalla una tormenta de atentados
con bombas y atentados políticos, un puñado de ‘rarezas’quiere realizar un
experimento, definitivo y quizá retrógrado, con la idea de forzar el cambio en
las urnas... y si hay que llamar a eso Poder Freak, bueno..., pues que así
sea”.
Nixon y Bush: las decepciones
La política para Thompson seguiría presente
y no dudaría en cargar sus armas contra
el republicano Richard Nixon. En 1972, cuando fueron las elecciones en el país,
los demócratas habían elegido a un postulante un tanto heterodoxo: George McGovern,
quien aseguraba que sus primeras medidas serían retirar las tropas de Vietnam,
dictar una amnistía para los desertores del servicio militar y recortar el
presupuesto de defensa. Sin embargo, Nixon obtuvo la reelección y el impacto
que produjo en Thompson quedó impreso en papel: “Este puede ser el año en que
finalmente nos enfrentemos con nosotros mismos, finalmente dar un paso atrás y
decir que realmente sólo somos una nación de 220 millones de vendedores de
autos usados con todo el dinero que necesitamos para comprar armas, sin el más
mínimo problema respecto a matar al resto del mundo que trata de incomodarnos”.
Thompson tuvo un acercamiento a James
Carter, quien fuera presidente en 1977, pero su vida ya transitaba una cuesta
abajo repleta de drogas, alcohol, orgías y un personaje –el periodista- que a
él mismo le costaba manejar. El estilo gonzo, donde realidad y ficción se
mezclaban en niveles nunca antes experimentados, también se había tatuado con
profundidad en su piel.
En The Life and Work…, su segunda esposa
Anita recuerda una nueva decepción del periodista, que en los últimos tiempos
tenía como tema predilecto el suicidio. En enero de 2001, George W. Bush asumía
la presidencia de Estados Unidos y la figura de Nixon se volvía otra vez una pesadilla
para sus noches.
Breve lección de periodismo
¿Qué convierte a una persona en un gran
periodista? Tomar algo simple, cotidiano, que se encuentra perdido en el caos
de las ciudades, y transformarlo en una perfecta descripción que transmite
profundidades, sentimientos y denuncias, que sitúa al lector en el medio de un
artículo y entonces puede respirar su aire, saborear lo dulce y amargo de una
vida, sentir a los personajes en la propia piel.
Y cuando alguien lee ese artículo, se
pregunta cómo hizo el periodista para escribir algo que, tal vez, si todos
estuvieran con las antenas permanentemente activadas se les habría ocurrido de
forma inmediata. Pero no, para captar la esencia y rescatar el diamante hundido
en la mugre, para esas cosas están los grandes periodistas; un puñado que sale
a la luz cada tanto, humildes, comprometidos con sus pensamientos, sedientos de
verdad, un poco dementes, otro poco paranoicos, disciplinados a su manera,
conscientes de que sus vidas no tienen ni mañanas ni noches.
¿Un ejemplo? Estos dos párrafos de Fame Is
a One-Way Ticket, escrito por Thompson en 1956 y que retrataban al boxeador Joe
Louis, conocido como El Bombardero de Detroit, campeón mundial de peso pesado
1936-1949: “La historia de Joe Louis no es nueva; es la historia de la estrella
que vive más que su luz; el temible meteorito que no se ha desintegrado en
mitad del aire, en el punto culminante de su trayectoria, sino que ha caído a
plomo sobre la misma tierra poblada de millones que, momentos antes, habían
observado su belleza boquiabiertos (…) Al mundo le gusta mirar a sus estrellas
situadas en lo alto. El meteorito que cae de los cielos no sólo está apagado
cuando toca tierra, sino que abre su propia tumba con su impacto. Así como la
multitud mira con curiosidad el meteorito caído y luego se dispersa, la masa
que rodea a Joe Luis se está reduciendo. Él sigue en pie, dolorosamente
desconcertado en un mundo que jamás se tomó la molestia de comprender. La
ovación de la entusiasmada multitud se ha convertido en el susurro de la
minoría de curiosos. El fin es inevitable”.
Ahogado en una sociedad que siempre
despreció y denunció, pero con la cual tuvo que negociar, los artículos y libros
de Thompson no sólo quedan como lecciones del oficio periodístico. Hunter, como
ese puñado de escritores de la generación beat, como Charles Bukowski o Norman
Mailer, abordaron Estados Unidos desde “lo otro”: lo invisibilizado por los
grandes medios y el poder que los financia. Se podría apuntar que el desenfreno
lisérgico de Thompson y su obra visceral y precisa, es otra válvula de escape
que el propio sistema norteamericano permite. Es verdad, pero tampoco se debe
descartar al padre del periodismo gonzo que, si bien tuvo una historia similar
a la de Joe Louis -siendo “la estrella que vive más que su luz”-, dejó al
descubierto una sociedad agonizante y paranoica, inundada de ese “miedo y asco”
con el que Thompson chocó en Las Vegas.
(Publicado en la revista Sudestada Nº 128,
mayo 2014 – www.revistasudestada.com.ar)
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