sábado, 22 de diciembre de 2012

El vengador del dedito


La historia fue así: anoche estaba con mi chica y unos amigos y amigas en Sábana Grande, disfrutando del concierto de Skatalais, demasiada buena vibra en el lugar, toda la gente bailando, saltando en medio del calor y la dulzura del aire. Entonces, casi al final del concierto, se me acerca un flaco, barba, pelo largo, medio coloradito, bastante más alto que yo. En medio de la potencia musical de los Skatalais, me pregunta si soy español. Que me pregunten eso ya no me extraña ni molesta, porque con mi cara de gringo es común que me hablen en inglés como si fuera mi lengua materna o me confundan con europeo. Le respondo al pibe: "No, hermano, soy argentino". Pensé que él también era argentino, pero no. Sin dejarme decir nada más, dispara: "Tu no entiendes nada de lo que pasa acá". Y empujándome con su dedito índice (muy valiente ese dedito), me regala: "Eres una jalabolas y un pajuo". Delante mío, un señor le dijo al muchacho del dedito valiente que se calme, que todos estamos disfrutando de la música. 

¿Cuál fue la razón para que ese pibe -y su dedito vengador-, se comportara así? Yo había tenido la genial idea (bastante molesta para él, por lo visto) de ponerme una franela con los ojos del presidente Chávez. 


Y acá viene la reflexión: hay que estar bastante afectado mentalmente como para estar pendiente (en el caso del muchacho del dedito) de rastrear a tipos (mi caso) con caras de gringos, con franelas con la imagen del Jefe en medio de un concierto hermoso, y cuando lo tenés en la mira, encararlos y, como decimos por el sur, bardearlo de arriba a abajo. Hay que tener la cabeza rellena de alpiste para pensar (como fue el caso del muchacho del dedito heroico) que una bravuconada de esa calaña pueda afectar a alguien que apoya el proceso revolucionario que vive Venezuela. Aparte, ¿qué carajo hacía el muchacho del dedito, si por lo visto es tan radicalmente opositor, disfrutando de los Skatalais en un concierto organizado por Pdvsa La Estancia? Porque si ese jovencito, de ímpetu rebelde e implacable (eso lo debe pensar él), en vez de molestar a la gente -sobre todo a los que venimos de otros países a conocer y vivir en un país que es ejemplo en el mundo-, se relajara cinco minutos, se dejara llevar por el buen dub de los Skatalais y fumara un poquito de ganya para bajar tensiones, su vida (y sólo su vida, porque la mía es demasiado buena y feliz), podría ser un poco más atractiva. Pero no. Ciegos, nublados por el odio, obtusos a niveles nunca antes visto, los opositores venezolanos (espero que no todos, aunque lo dudo) lo único que pueden hacer es eso: bardear, molestar, agredir, comportarse como niños caprichosos y mal criados. 

Dos cosas me quedaron de esa situación vivida anoche: el señor que estaba delante mío, y que le pidió al muchacho del dedito que se calmara, después me pidió disculpas. No es la primera vez que me pasa de estar presente durante un ataque de ira de algún opositor (momentos donde se ven las escenas más increíbles de racismo), y que otra persona presente en el lugar después me pida disculpas por la actitud de ese lunático. Lo otro que me quedó: cuando el vengador del dedito se fue casi corriendo tras decirme todo eso, intenté salir a buscarlo y aclararle algunos puntos (sobre todo que alguna de mis manos le aclare a su cara ciertas cosas), pero alguien me dijo: "Cuando ellos tengan ocho millones y medios de votos, entonces hablamos..." Me quedo entonces con los Skatalais, con el señor que me pidió disculpas, con toda esa gente linda que se reunió en Sábana Grande y con Chávez... Punto, final...

(Caracas, 22 de diciembre, 2012)

No hay comentarios:

Publicar un comentario