martes, 21 de septiembre de 2010

Maradona en Chiapas




El almacén está repleto de niños. Son tzotziles, viven en Acteal y son parte de Las Abejas, asociación civil de Chiapas que busca otra forma de vivir, aunque eso le cueste asesinatos de paramilitares y resistir extorsiones estatales. No son zapatistas, pero caminan y luchan junto a ellos. Los niños se reúnen para ver, en uno de los pocos televisores de la comunidad autónoma, fútbol, esa maquinaria que mueve pasiones, millones de dólares y algunas buenas jugadas.

Los niños no pasan los diez años, hablan tzotzil entre ellos y esperan que comience el partido. Argentina y México juegan por un puesto en los cuartos de final del mundial de Sudáfrica. Los primeros minutos son tensos, hasta que Argentina empieza con los goles.

A los pocos días, el golpazo contra Alemania y, desde México, imagino las críticas contra Diego Maradona. Ahora hay un blanco perfecto. La sociedad “correcta” argentina se relame, se horroriza con el técnico y saca a relucir su pelaje, pero en Chiapas los niños sonríen; esa imagen barre con todo. Porque cuando las cámaras enfocan al técnico de la selección argentina, en Acteal los niños sonríen y aplauden. ¿Quién les comentó a los pequeños que ese hombre es el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos? Esos niños, que apenas conocen los nombres de tres o cuatro jugadores mexicanos, cambian de cara cuando Maradona da indicaciones o festeja los goles.

Mientras tanto en Argentina una parte de la clase media “bien pensante” debe sacar a luz su odio contra Maradona. Puede sonar exagerado, pero históricamente se portan de la misma manera: tiene terror a lo “otro”; y ese otro, en este caso, es Maradona y lo que representa: lo de abajo, lo popular, lo incorrecto.

Seguramente los “nuevos ricos” que crecieron al amparo de la política devastadora de la década del noventa son quienes más reprochan el accionar de Maradona, no sólo como técnico, sino como ser humano. Esto es algo común en Argentina: la capacidad infinita de muchos de creerse jueces absolutos sobre cualquier tema. Curioso, porque en los noventa Maradona perdió casi todo. Y ese perder todo, para una multinacional como el fútbol es imperdonable, sobre todo si quien lo hizo es el mejor jugador de todos los tiempos.

Maradona no se resignó a convertirse en un funcionario gris de la FIFA, sino que rompió esquemas con discursos y acciones. De forma contradictoria, acertada o no, lo hizo mientras otros disfrutaban (y disfrutan) de la burocracia futbolística.

¿Qué hombre del fútbol, en estos tiempos de mediatización y corrección política, tiene el coraje de defender a Fidel Castro, a Hugo Chávez y a Evo Morales? ¿Quién intentó, en el esplendor de su carrera, formar un sindicato de jugadores para frenar un poco la maquinaria pica carne en que se convirtió el negocio futbolístico? ¿Quién vivió en el infierno y volvió cuantas veces se lo propuso, demostrando una capacidad de recuperación física y mental que congeló los peores pronósticos? Maradona.

No es de extrañar que un batallón de jovencitos periodistas deportivos (y muchos de la vieja y negociadora guardia) vociferen con la soberbia de dioses griegos contra Maradona. Es el momento de ellos, que venden sus conciencias en el mercado de los prestigios por pocas monedas. Pero en Chiapas los niños de Las Abejas siguen sonriendo con Maradona. Y eso no se compra con ningún dinero. Es ahí donde Maradona marca la diferencia, cuando en el corazón de la selva mexicana unos pequeños se alegran con su imagen y con su vida de contradicciones esencialmente humana.

(Junio-2010)

Fotos niños de Acteal: Yamila Blanco

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