sábado, 9 de julio de 2011

Algunos suspiros de Jack Kerouac


Cuando leí la novela “Los Subterráneos” de Jack Kerouac no pude dejar de enamorarme de Mardou, esa mujer que se desvanecía por calles humeantes y ponía en una tensión permanente al protagonista, que no era otro que el mismo Kerouac. Pero también descubrí a uno de esos hombres donde escritura y cuerpo comulgan y se entrelazan, transpiran y vibran.

Leer a Kerouac es conocer que otra forma de vivir se encuentra en cualquier camino. No me refiero a una apología del hippismo lavado y maquillado que, con el tiempo, lograron vender los grandes medios de comunicación estadounidenses. En la literatura de Kerouac se encuentra el germen de un movimiento que surgió al calor del rechazo del American Way of Life, estilo de vida que, en ese momento, justificaba una invasión asesina en Vietnam.

Una breve descripción realizada por Kerouac aparecida en su novela “Big Sur” sobre una familia norteamericana tipo muestra el valor de sus palabras; o la sinceridad con la que relata un México ajeno, extraño pero candente; o esa oda a la liberación que es “En el camino”, donde caen uno a uno los estereotipos estadounidenses que se imponen a nivel mundial desde ese centro de poder que es la Casa Blanca. Todo esto, escrito desde la sinceridad de una persona desesperada, contradictoria y directa.

La literatura de Kerouac conmueve y llama a reflexionar, inyecta vientos en el cerebro de quien la lee, y deja a luz una sociedad en decadencia.

Sus relatos de la década del cincuenta tienen tanta vigencia hoy como lo tendrán dentro de treinta años. Fueron (y son) una radiografía molesta para el poder de Estados Unidos, como también lo son las novelas y cuentos de Charles Bukowski. Ambos despejan el manto negro que cae sobre un país que vendió al mundo sus éxitos de modernidad y esconde los suburbios por donde transitan sus clases sociales más sufridas.

Por eso, estos fragmentos de la obra de Kerouac, pinceladas de su desesperación, letras y párrafos de una literatura que marcó a toda una generación:


De la novela En el camino

Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida, mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.


De la novela Los subterráneos

Los hombres son tan locos, desean la esencia, la mujer es la esencia, ahí la tienen directamente entre las manos, pero ellos se precipitan en todas direcciones erigiendo inmensas construcciones abstractas.
El sol suave, las flores y yo que me alejaba por la calle y pensaba: “¿por qué me habré permitido alguna vez aburrirme en el pasado?”, y como compensación me emborrachaba o tomaba esas cosas o me daban ataques o todas esas artimañas que usan las personas porque desean algo, cualquier cosa, salvo la serena comprensión de lo que realmente existe, que después de todo es tanto, y las cavilaciones provocadas por las odiosas convenciones sociales, las rabias, el hacerse mala sangre por los problemas sociales y por mi problema racial, todo eso importaba tan poco; aunque ahora podía sentir esa gran seguridad y el oro de la mañana terminaría alguna vez por desvanecerse, y ya había empezado a hacerlo; hubiera podido construir toda mi vida como esa mañana solamente sobre la base de la pura comprensión y el deseo de vivir y seguir adelante, dios, todo era la cosa más hermosa que jamás me había sucedido, a su manera; pero todo era también siniestro.


De la novela Tristessa

Estoy con Tristessa en un taxi, borracho, con una enorme botella de whisky Juárez que guardo en una de las bolsas de mi mochila ferrocarrilera que me acusaron de sacar de un tren en 1952... Heme aquí en la ciudad de México, lluviosa noche de sábado, misterios, viejos sueños de pequeñas calles innombrables por las que he caminado entre una multitud de sombríos Indios Vagabundos envueltos en patéticas cobijas que te hacen llorar. Al verlos me imagino brillosos cuchillos debajo de los pliegues de sus ropas... Lúgubres sueños trágicos como el de aquella noche en el viejo tren, cuando mi padre colocó sus grandes muslos en el asiento de un carro nocturno para fumadores, mientras afuera el guardafrenos con luz roja y blanca se desplazaba pesadamente por la vasta y triste niebla de las vías de la vida... Pero ahora estoy en este valle vegetal de México; unas noches antes, en la azotea dondedormía, me tropecé con la luna de Citlapol cuando me dirigía al viejo y goteante excusado de piedra... Tristessa está drogada, bella como siempre se dirige contenta a su casa para meterse a la cama y disfrutar de su morfina.

(Julio de 2011)

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