miércoles, 9 de marzo de 2011

La locura de su mirada


Había cierta locura en su mirada. Era tan común y cotidiana, que nadie de nosotros le prestaba demasiada atención. Pero apenas lo conocimos vivimos un estremecimiento conjunto y profundo. En un principio no hubo palabras o comentarios para decidir que su presencia intimidaba; solamente verlo y que las emociones más profundas comenzaran a temblar.

Esa noche el bar de El Máquina estaban tan tranquilo como de costumbre. Un poco de penumbra caía desde el techo, el humo de los cigarrillos volvía irrespirable el ambiente, las cervezas corrían frescas por las gargantas y algunos viejos discutían un partida de truco interminable y monótona.

La primera noticia sobre Arturo la dio el finado Mudy. Cuando respiraba, Mudy era una caja de Pandora que tenía recuerdos e historias que ahora descansan bajo tierra. Pero en ese momento, pasado nuestro primer estremecimiento, Mudy nos dijo que Arturo había trabajado muchos años en Somisa y que todas las mañanas viajaba a San Nicolás como lo hacían cientos de obreros.

Ese peregrinar de trabajadores finalizó a principios de los noventa, cuando las privatizaciones fueron la política oficial y la industria nacional iniciaba una caída en picada. Así lo dijo Mudy, que nunca silenció alguna de sus ideas y por eso ahora lo extrañábamos.

Arturo había pasado a formar parte de ese apelativo sensible y perverso que se denominó “retiros voluntarios”. Mientas muchos de sus compañeros se desesperaban por el dinero que les daban de indemnización y no dudaban a procrear kioskos en una ciudad pequeña, Arturo pensó durante varios días qué hacer.

Antes de revelar el final de ese fragmento de la historia, Mudy pidió otra cerveza, apagó el cigarrillo en un cenicero que decía Cinzano y saludó a Don Ruiz, que entraba al bar como todas las noches.

En esos días en que pensó sobre el futuro, dijo Mudy, el tipo decidió que la locura no lo iba a agarrar desprevenido. Como contuvo la necesidad de salir a matar, planeó hasta el último detalle cómo hacer más complicada la vida de quienes lo habían despedido.

Entonces Mudy relató que Arturo se dedicó a sabotear los autos de los directores de Somisa y sus casas. Hacía cosas mínimas, poco peligrosas, como aflojar las tuercas de uno de los neumáticos y cuando el auto arrancaba se desplomaba a los pocos metros, o cortar todas las semanas la conexión eléctrica en la casa de un jefe que había negociado con la patronal. Él decía que esto servía para que se dieran cuenta que no iban a estar tranquilos.

No sé si seguirá en eso, dijo Mudy mientras sonreía.
   
Esa noche nos fuimos temprano del bar. Un poco por cansancio y otro poco para hablar en tranquilidad sobre la historia de Arturo. Lo seguimos viendo durante varios meses, hasta que se fue a vivir a Córdoba. Mudy dijo que quería más tranquilidad y naturaleza, aunque muchos pensamos que comenzaba una persecución silenciosa contra quienes lo habían dejado sin trabajo.

(Caracas, marzo de 2011)

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