jueves, 2 de diciembre de 2010

“Walsh incurre en un enfrentamiento concreto con la sociedad”


(Después de buscar y revolver viejos papeles, encontré esta entrevista que le realicé a David Viñas en 2003, publicada en el periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y en www.indymedia.org. Muchas veces había pensado qué preguntarle a Viñas en una entrevista. En ese momento no podía creer que en el café de la librería Losada, en avenida Corrientes, uno podía ver a Viñas casi todos los días. Y entonces me animé, entré, lo saludé y le pregunté por una entrevista. Me dijo que sí, que al otro día pasara. La idea de preguntarle sobre Walsh surgió luego de leer su ensayo “Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra”. Los libros de Viñas que había leído hasta el momento me habían descolocado, en el mejor sentido del término. Los hombres y las mujeres que aparecían en esas páginas eran duramente cotidianos y sus contradicciones descarnadas. La denuncia no estaba en una nebulosa, sino que se inscribía dentro de una literatura que pocas veces se repitió en Argentina. A veces pienso si admirar o tener cierta devoción por personajes o artistas es peligroso. En el caso de Viña, estoy completamente convencido que no).

Al mediodía, el asfalto de Buenos Aires despide un calor insoportable. Autos, colectivos, cientos de personas tratando de esquivar el aire pegajoso de Avenida Corrientes. Sentado en la mesa de un bar, encorvado sobre el diario La Nación está David Viñas. Digo, David Viñas: intelectual crítico, tal vez el más lucido del país. Viñas: una especie de vikingo con cabellos y bigotes blancos que se enfrenta contra los discursos establecidos desde lo más alto del poder.

Sobre la ciudad va cayendo un telón gris y negro. El cielo anuncia lluvia. “¿Quiere tomar algo?”, dice, la voz áspera, un poco ronca. Dejando de lado el matutino de los Mitre, pregunta sobre qué vamos a hablar. Walsh, le digo. “Rodolfo, muy bien”, contesta. Y comienza a recordar cómo lo conoció, en una librería de calle Talcahuano en donde trabajaba su compañera, Piri Lugones: “Allí aparecía Rodolfo, no con mucha frecuencia, pero aparecía”. Viñas habla sobre la relación entre ellos, de un viaje a una isla del Tigre, de las noches en donde Walsh recitaba a Shakespiere: “Él, cuando se tomaba unos whiskys empezaba a recitar Shakespeare de memoria. Una maravilla. Tenía muy buena formación clásica en materia literaria. Él hablaba de Shakespeare, entendámonos”.

Afuera caen algunas gotas, la gente sigue caminando y la humedad se nota en los rostros. Viñas pide un café. Le pregunto sobre los primeros cuentos policiales de Walsh: “Él venía de una perspectiva muy tradicional, católica, nacionalista. En realidad, hizo el movimiento inverso a eso que se llama el teorema de Jaureche: venía de la derecha y se corrió cada vez más a la izquierda. En el terreno de la literatura venía de hacer colaboraciones, fundamentalmente traducciones. Era un buen traductor. Yo conocía en ese momento ‘Variaciones en rojo’. Eran unos cuentos muy bien armados, pero más que tradicionales, incluso convencionales. Quiero decir, era el estilo de novela policial británica. Empiezan siempre con alguien que está muerto, entonces se comienza a averiguar quiénes son los posibles asesinos. Pero eso se iba corriendo aceleradamente”.

David Viñas hace pausas, piensa las palabras y comenta lo que para él es el mejor cuento de la obra de Walsh: “Nota al pie me parece uno de los mejores cuentos de la literatura argentina. Y con esto qué quiero decir: es un cuento internacional, corre en cualquier lado como un gran cuento”. Viñas compara “Nota al pie” con “El Aleph”: “Borges hace una especie de parodia y la referencia es casi lugoniana, porque es el escritor que quiere escribir un poema sobre todo. Y la verdad que eso es fácil. En cambio, lo de Walsh no. Hay una dramaticidad en el personaje, que es un antihéroe. Por eso digo: 'Nota al pie' me parece el cuento que marca la posibilidad, de hecho lo es, de trascendencia de la literatura borgeana”.

En la obra de Walsh se puede encontrar lo que David Viñas define como “economía de palabras”. O sea: un lenguaje llano, sin vueltas ni confusiones, pero que a su vez denuncie de forma precisa y concreta. “Él de eso sabía mucho -dice Viñas- Era un tipo que ya tenía incorporada una práctica del trabajo literario, un refinamiento literario. Es decir, no escribía a la bartola”.

Ahora enciende un cigarrillo y pregunta si está claro lo que dice. Le pido que explique cómo es el camino que recorre Walsh desde “Operación Masacre” hasta la “Carta Abierta a la Junta Militar”.

“Operación Masacre -responde- es la mutación de la tradición de la novela policial inglesa a la novela negra norteamericana. Ya no es un detective que va a descifrar un solo asesinato y va a encontrar un responsable del asesinato. En la novela negra norteamericana es toda la sociedad la responsable. Quiero decir con esto: en la novela policial británica no hay riesgo, el espacio de la la novela policial británica es el home, un espacio cerrado. En la novela negra norteamericana se corre el riesgo de que la sociedad que sirve de contexto a ese relato, que está aludida o presente, no sea tan condescendiente con un autor que va descubriendo quién es el responsable o qué cosa tiene la responsabilidad de una muerte. Ahí recuperaríamos la continuidad a partir de lo imaginario, de la literatura, lo simbólico de la literatura. Finalmente, Walsh incurre en un enfrentamiento concreto, histórico con la sociedad, cuyo último capítulo sería la carta a la Junta Militar”.

El mercado de los prestigios, según Viñas, es donde compiten los intelectuales de hoy. Dice que Walsh no es parte de ellos.“Hoy, por ejemplo, con López Murphy –Viñas mira La Nación, la manosea- hay una secuencia de intelectuales que apuestan a la mano de este señor que es un reaccionario. Y ahí vemos a quién: a Aguinis, a Kovadloff, incluso a Sebreli que todavía se reivindica marxista. De marxista no tiene nada, es un señor que apuesta a la mano de uno, si no el más reaccionario, que se superpone un poco con Menem. Es decir, terminan como escribas del sistema. Todo lo contrario de Walsh, que es un cuestionador muy lúcido, muy sistemático, que no bartolea, que busca datos concretos”.

David Viñas apaga el cigarrillo y pasa una de sus manos por los bigotes. Le pregunto cómo rescatar del encasillamiento de literatura clásica la obra de Walsh: “El sistema, lo que se llama establishment, por su misma estructuración y dinámica interna, permanentemente intenta incluir, anexar, englutir a cualquier tipo de intelectual. Con el caso de Walsh también. Quiero decir: no descarto que un diario como La Nación lo vaya incluyendo por lo que les suena a más clásico. Es una forma de incluir, desde el poder cultural del sistema, a cualquier intelectual o escritor crítico”. Y concluye: “para contrarrestar esto hay que tener un contra sistema, una organización política que permita, sistemáticamente, establecer las diferencias y las distancias que existen entre la cultura institucional y la cultura crítica. Hay como intentos, hay formaciones, pero están todas en estado coloidal”.

El cielo gris ahora se mantiene inmóvil. La humedad, a esta altura de la tarde, anuncia que la lluvia es inevitable. David Viñas pregunta “¿Algo más para decir?” y, como hace un rato, vuelve la mirada hacia el diario La Nación.

(Buenos Aires, algún momento de 2003)

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