miércoles, 22 de diciembre de 2010

En el bar con Mudy


Encontrábamos a Mudy todas las noches en el bar de El Máquina. Acodado en la barra, con un vaso de whisky y un cigarrillo siempre humeando. Había noches donde las palabras estaban de más. Silencio y alcohol. Eso me dijo Fernando un día que llegamos de madrugada, sin saber a dónde ir, pero siempre teniendo presente que ese bar nunca cerraba sus puertas. 

Las historias de ese lugar eran oscuras, complejas para entender, un tanto extrañas y hasta podían aparecer relatos donde contactos con extraterrestres no sorprendían, sino que confirmaban que no vivíamos solos en el mundo.

El Máquina estaba perdido. Los que aterrizábamos en su bar tardamos poco tiempo en darnos cuenta de esto. Al principio sus palabras eran graciosas y hasta interesantes. Después aburrieron y al final comprendimos que ese hombre, que casi todas las noches se acostaba con jóvenes interesados en nuevas experiencias, tenía mucho de tristeza y dureza. Alguna vez quiso ser policía, y lo peor fue que lo logró. Duró algunos años con uniforme, y entre la cocaína y el alcohol terminó con un sumario interno y en la calle. Abrir un bar, creo, fue una prolongación de su vida.

Pero Mudy no parecía tranquilo esa noche. Nosotros nos sentamos en una mesa junto a la ventana, pedimos cervezas, mientras en el centro del bar dos viejos mataban horas jugando al pool. No habían pasado ni diez minutos cuando Mudy salió a la calle. Cuando escuchamos el tren ya era tarde. Al lado del bar, las vías se resistían a desaparecer y la noche estrellada dejaba caer una brisa cálida. Todos salimos a la calle. El tren todavía intentaba detener su marcha. Algunos vomitaron, otros miramos un instante y llevamos nuestros ojos al asfalto gris.

Al otro día el bar estuvo cerrado hasta la noche. El aire pesado y el humo de los cigarrillos fueron los mismos que antes, aunque Mudy ya no estuviera.

(22 de diciembre de 2010, Caracas)

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