lunes, 27 de diciembre de 2010

De cómo el doctor Hamilton se cobra la deslealtad


(Hace tiempo atrás me comentaron algunos pasajes de la historia del doctor Hamilton. Una personas misteriosa y despiadada, que vivía -o vive todavía- en el más cerrado de los secretos. Me llegaron algunos papeles dispersos de su trayectoria, repudiable desde principio a fin. Traté de seguir su pista, pero esto siempre se trasformó en un camino intrincado y peligroso. Acá dejo algunas líneas sobre un hombre que aterró a una ciudad y sorteó con suerte -hasta hora- decenas de acciones armadas que buscaban eliminarlo en un acto de suprema justicia).

Cuando Donsel llegó al instituto la suerte estaba echada. Lo esperaba su maestro y mentor, que había depositado demasiadas esperanzas en el entonces joven y promiscuo científico. Pero el tiempo muchas veces barre con todo, y en este caso lo que había desaparecido era la lealtad y el cinismo que siempre reclamaba el doctor Hamilton.

La locura -fuente principal de creación del doctor- se esfumó en Donsel, que ya no quería saber nada más con la ciudad, con las noches de experimentos y las mañanas de sueño perpetuo.

Hamilton había creído en ese muchacho como nunca antes había creído en nadie. Una de las características que definían la personalidad del doctor, además del desquicio y la impunidad, era la desconfianza absoluta de todo ser humano que lo rodeaba. Así lo aseguró años atrás su biógrafo, que apareció fondeado en el río Paraná.

Todavía se conocía poco de la historia real de Hamilton en Bucaramanga City y su existencia era un mito escalofriante, escondido entre las calles húmedas y los suburbios de asesinatos diarios.

Donsel estaba terminado. Hundido en los pensamientos continuos de Hamilton, esa era su carta de bienvenida al infierno. Había cometido un pecado supremo: dar a conocer rasgos de la vida y obra del doctor. Cuando las anotaciones en el diario personal de Donsel llegaron a los oídos de Hamilton, la tumba ya estaba cavada. Los experimentos con personas, las teorías neo nazis que sostenía el doctor y el financiamiento que recibía de la CIA y de grupos de extrema derecha del mundo, no hicieron dudar a Hamilton sobre el futuro de su alumno.

Subió las escaleras del instituto, caminó por el pasillo frío y de pisos de mármol; entró al laboratorio. Hamilton lo saludó mientras el aprendiz le daba la espalda. Después todo fue una simple carnicería que se sumó a la historia secreta del doctor Hamilton.

(Caracas, octubre 2010)

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