lunes, 1 de noviembre de 2010

Días y noches (IX y Final)


IX
-¿A quién busca?

-Mariela, no sé su apellido. Vive en el tercer B. ¿La conoce?

-Sí, sí, la chica que tiene el gatito.

-Claro. ¿Sabe si está?

-¿Ya tocó el timbre?

-Sí, pero no responde.

-Debe haber salido o estará en el trabajo.

-Hace dos días que vengo en diferentes horarios y nadie atiende. ¿Le habrá pasado algo?

-La verdad que no sé decirle. Espere acá que voy hasta su departamento.

Desde la tarde que pasaron juntos, Julio no pudo borrar la figura de Mariela de su cabeza. La voz, sus palabras, el sabor de su piel, la suavidad del cuerpo acurrucado a su lado.

En dos días habían pasado muchas cosas: el tedio de los trámites por los que había viajado, el frenesí de una noche con amigos que terminó con el sol en alto y cervezas bien frías en la costanera, y las visitas a familiares donde el mate y las facturas nunca faltaron.

Pero Mariela. Ella volvía a cada momento y él, desconcertado, se preguntaba quién era es mujer, a dónde había estado, por qué había dejado pasar veinticuatro horas para ir a buscarla.

-No atiende nadie, señor. Me dijo un vecino que la vio salir hace unos días con un bolso grande. Me parece que se fue de viaje.

-¿El vecino le dijo algo más?

-Que también se llevó el gato.


X
Mariela levantó la vista: el mar era infinito, se mecía hacia el horizonte y luego rompía contra las rocas. El sur le sentaba bien, despejaba su mente, disfrutaba el aire salado pegado en la piel y refrescando sus mejillas.

Buena decisión viajar. Buena decisión contener el impulso de dejarse caer.

Pensó que tal vez exageraba y que ahora Rico la extrañaría. Lo mejor era volver a la casa de sus abuelos, arroparse junto al calefactor a leña, permitir que el cansancio la tomara, pensar en nada, ver las sonrisas de sus abuelos, decidir qué hacer los próximos días y sorprenderse cuando el timbre de la casa sonara y en la puerta Julio, pálido por el frío, trasnochado, diciendo “por fin te encontré”, después de hablar con todos los vecinos del edificio, escuchar sus palabras “todos pensaron que era un loco, pero te encontré” y el viento del sur arrasando desde el mar y bailando entre los dos.

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