miércoles, 3 de noviembre de 2010

Conquista española y canela


Un viaje frenético, por momentos desquiciado, pero sobre todo un viaje cruel y sangriento donde los conquistadores que llegaron a América dejaron las marcas profundas de la colonización y de su fiebre por el oro y la plata. Así transcurre la novela “El País de la Canela”, del escritor colombiano William Ospina, que obtuvo en Venezuela el Premio Internacional Rómulo Gallego 2009.

Escrito con delicadeza, repleto de imágenes de un mundo diverso y armonioso, este libro recoge los estragos impuestos por la corona española luego de que Cristóbal Colón pisara lo que un principio se creyó que eran las Indias. En la voz de un joven que llega al “mundo nuevo” buscando la herencia de su padre, conquistador sanguinario que invadió y fue partícipe de la destrucción del imperio Inca, la historia de la novela fluye página tras página de forma natural y descarnada. El eje central es la leyenda de una región del continente repleta de canela que la familia Pizarro rastrea de forma desesperada y en su camino va dejando masacres y destrucción. Repletas las arcas de los conquistadores con oro, plata y demás riquezas, los rumores de una tierra inmensa y florecida de canela hicieron que Gonzalo Pizarro reclutara un ejército de españoles, aborígenes sometidos y perros asesinos para extender la invasión hacia un mundo incierto y fantástico que crecía en las mentes de los conquistadores. En la novela, Ospina rememora la razón de ser de esa familia que marcaría a fuego y sangre el continente: “Gonzalo Pizarro era el tercero de una familia de grandes ambiciosos. Buitres y halcones a la vez, sus hermanos Francisco, Hernando y Juan, con una avanzada de hombres tan rudos como ellos, se habían bastado para destruir un imperio. Tuvieron el privilegio de ver el reino de los incas en su esplendor, cuando los viejos dioses vivían”.


Cegados por la leyenda de la canela, los españoles comienzan un viaje que cruzaría desde las cordilleras ecuatorianas hasta el océano Atlántico. En ese trayecto se desarrolla la novela donde las imágenes de una selva desconocida y virgen conviven con las matanzas de un ejército que va dejando muerte a su paso.

Si bien en el libro los protagonistas podrían ser hombres y mujeres de carne y hueso, tal vez la selva tenga el rol principal no sólo como escenario de la historia, sino como participe que observa, reacciona ante las provocaciones de los conquistadores y cobija a sus habitantes originarios frente a los ataques de los españoles. “La selva los acepta porque ellos son la selva –escribe Ospina, en la voz de uno de los conquistadores-, pero nosotros no podremos ser la selva jamás. Mírate a ti mismo: tan gallardo, tan elegante, tan refinado, un príncipe que no se siente hecho para alimentarse de gusanos y para beber infusorios en los charcos podridos. Ellos podrán mirar con amor estas selvas, pero para nosotros son una maraña de la que brotan flechas envenenadas, aunque quizás no haya sido siempre así, quizás es sólo nuestra presencia lo que hace brotar tantas flechas. Nosotros tenemos que protegernos de la selva, tenemos que odiarla y destruirla, y ella lo advierte enseguida y vuelve en contra nuestra sus aguijones, cientos de tentáculos irritantes, miles de fauces hambrientas, y miasmas y nubes de mosquito y pesadillas”.

En el trayecto de la historia, Ospina también relata la desesperación de  los conquistadores, sus miserias personales que los llevaron a traicionarse mutuamente o directamente a asesinarse para que los tesoros quedaran en pocas manos. Mientras los Pizarro enviaban cargamentos de oro y plata a los reyes, ellos multiplicaban por miles de veces lo que robaban: esmeraldas, tierras y esclavos eran recolectados bajo la palabra del Dios de la santa inquisición que quemaba en vida a los aborígenes que resistían la conquista.

(Publicado en revista Sudestada – 2009)

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