miércoles, 22 de septiembre de 2010

Tras los pasos de Hemingway en Cuba



El camino está rodeado por arboledas altas y frescas. Al final se ve una casona de colores claros, con una escalinata y a un costado un mirador. Durante más de veinte años, en ese lugar Ernest Hemingway escribió y vivió, hasta tomar la decisión de terminar con sus días de un escopetazo.

En San Francisco de Paula, en las afueras de La Habana, la finca El Vigía se mantiene intacta, con todas las obsesiones del escritor, como si todavía caminara entre la brisa y debajo del intenso sol cubano.

Desde ese lugar, el hombre que Gabriel García Márquez describió como “enorme y demasiado visible”, pero de “caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas” se trasladaba hasta La Floridita o a La Bodeguita del Medio a compartir mojitos y charlas.  



Tal vez esa casa, que ahora es un museo, resguarde no sólo la memoria del Hemingway más conocido, sino algunas de sus costumbres y preferencias. Es verdad que el escritor norteamericano dejó en su obra las debilidades que se esparcen por El Vigía.

En las paredes cuelgan grandes afiches de corridas de toros, donde se anuncia: “Toros en Quintanar de la Orden. Grandiosas ferias y fiestas”; en el living, donde los ventanales hasta el techo dejan entrar el sol del mediodía, se observa un cuadro con colores difusos de un torero esquivando al animal. En ese mismo espacio, una mesa sostiene veinte botellas, donde sobresale el ron, y tres vasos. Alrededor, revistas y sillones intactos. Pero lo que se repite en todos los ambientes son las bibliotecas repletas. Hasta en el baño una pequeña estantería sostiene libros de las más variadas temáticas.

Si en sus cuentos pudo describir con precisión cómo era una jornada de cacería en África, en la casona donde vivió desde 1939 hasta 1961 están esos animales que ocupan más de una página en sus libros: cabezas de venados, pumas y búfalos disecados adornan los ambientes.



Quizá el lugar donde se resumen todas sus preferencias es un escritorio donde reposan una lupa, sus anteojos redondos y pequeños en el estuche, papeles y anotaciones, una fila de animales de la selva tallados en madera, y balas y cartuchos, objetos que esperan que alguien los observe diferentes, como hace años atrás.

Los rastros de Hemingway siguen cada paso dentro de El Vigía. Al subir al primer piso del mirador, se recuerda su relación con el mar y la pesca. Una serie de fotos lo demuestran: de niño, con una caña y un cesto; en su adolescencia, frente a una mesa repleta de pescados; en la década del 30, su cuerpo junto a un tiburón que lo sobrepasa y que cuelga boca abajo en un muelle; en la década del 50 y 60, montado a su barco, Pilar, en mares caribeños tratando de atrapar una presa. Desde la finca, Hemingway se trasladaba a Cojímar, un pueblo de calles oscuras y tranquilas cercano a La Habana, para internarse en el mar, pero también para hablar con los pobladores e imaginar lo que luego sería la novela “El viejo y el mar”.

Al otro piso del mirador, Hemingway lo utilizaba para corregir sus escritos y para observar desde un telescopio los confines del cielo. Hay una máquina de escribir Corona y otra biblioteca, con la característica particular de que todos sus libros son sobre guerras. Una señora dice que a ese sitio el escritor se dirigía cuando su casona estaba repleta de sus amigos toreros y actores, aunque recuerda que dentro de ese grupo estaban excluidos los escritores. La señora ríe y deja la duda flotando en el aire.



¿Cuáles serían los densos nubarrones que el escritor tendría en su mente, luego de ganar el Premio Nobel de Literatura, del éxito y la fama, de saberse maestro de generaciones enteras, y de ser protagonistas de hechos históricos y aventuras por diversos países, para dejar la paz de El Vigía y dirigirse a la muerte?

“Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer, solo la muerte puede ponerle fin”, dijo en algún momento, dejando acaso una pista de su final.

Si bien Hemingway vivió en Cuba durante los tiempos de dictadores sostenidos por Estados Unidos, no dudó un instante en saludar y hacer declaraciones a favor de la revolución encabezada por Fidel Castro. Por eso será que el escritor y el jefe guerrillero aparecen juntos en varias fotos sonriendo. También será por eso que en Cuba, Hemingway se recuerda en calles o para darle nombre a una represa. No es casualidad que el propio Fidel lo considere un “maestro”. A esto se le suma que escritores como Charles Bukowski o Haroldo Conti -tan disímiles a primera vista- lo hayan tenido como lectura educadora durante sus vidas.

Toreros, viajes, guerras, cacerías, pesca y soledad se repiten en la finca El Vigía. Los mismos temas que Hemingway desarrolló en sus libros, además de la muerte de algunos de sus personajes, como la de él mismo, tal vez porque escribir ya no era esa pulsión que lo mantenía vivo.

(Cuba, marzo 2010)
Fotos de casa y máquina de escribir de Heminngway: Yamila Blanco

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