viernes, 15 de febrero de 2013

¡Dale Bocha!


(Era junio de 2007, y con una banda combativa y alucinada comandada por Carlos Aznárez tratábamos de poner en pie "La Radio de las Madres". Además del frenesí que vivíamos en el servicio informativo, Carlos me había pedido armar un programa de literatura, que se llamó "El fuego y la palabra", y que tuvo como padrino a Mauricio Polchi y como productora todo terreno a Dudy Francisco. Ese junio Ricardo Bochini había tenido un accidente automovilístico. En el programa armamos este editorial, sin ningún tipo de relación entre fútbol y literatura, sino porque yo andaba triste por lo que le había pasado al Bocha. Y en esas líneas aparecía mi viejo, fanático de Boca. Y ahora que mi viejo anda volando bajito me acordé de este relato, revolví, lo encontré y se lo regalo, otra vez, al Bocha y a mi viejo)

Lo veías caminando, de vez en cuando trotando. Andaba por ahí, un poquito adelantado de la mitad de la cancha. A veces parecía que se perdía entre tantos jugadores de físicos grandes y piernas toscas. Pero el Bocha seguía a su paso, como esos caballos que ya nadie tiene mucho en cuenta pero que a la hora de tirar el carro siempre los van a buscar. Entre pases que caían exactos en los pies de los delanteros de camiseta roja y la pelota mansa y dormida sobre el césped -dejando en claro que para el fútbol lo importante es jugar bien y no correr demasiado-, estaba el Bocha, con las pocas chapas de la cabeza revueltas, despeinadas, más rápidas que él, pero mucho más lentas que sus ojos y reflejos.

Ahora lo recuerdo y se me viene encima mi viejo. Por los cabellos revueltos y porque es de Boca. Siempre me decía con una sonrisa maliciosa: “Ese jovato no puede correr más”.

Y enseguida me aparece la imagen de un Independiente-Boca, y el Bocha con la pelota atada a los pies, los defensores que íban quedando atrás, y yo con mi viejo viendo el partido en casa, y allá lejos, y realmente me parecía muy lejos, el Loco Gatti que observaba tranquilo y el Bocha seguía muy despacio pero nadie le podía pellizcar la pelota, y Gatti ahora un poco nervioso, sus piernas flacas comenzaron a arar como un tractor y se fue para adelante porque ya no quedaban defensores, y ese tipo sólo con la camiseta roja y el diez en la espalda, con la cabeza atenta, y cuando Gatti ya no sabía qué hacer, ni sus brazos sabían para dónde dispararse, el Bocha la tocó, así nomás, sin fuerza, sin rabia, pero con la delicadeza de los dioses, y la pelota se fue por arriba, y Gatti miró y cuando se dio vuelta la pelota ya picaba tranquilita en el fondo del arco, sin desesperación, feliz porque la había pateado el Bocha. Entonces mi viejo me miró, callado, se acomodó los pocos cabellos que le quedaban (y que todavía le quedan) y me dijo: “Ya no quedan de estos. Vos que sos chico disfrutálo todo lo que puedas, porque de estos quedan cada vez menos”.




No hay comentarios:

Publicar un comentario