viernes, 5 de noviembre de 2010

Dos escritores tras una utopía: el socialismo


Fueron palabras duras, con la saña de quienes creen tener las respuestas para todo y una sabiduría blindada frente a la realidad. La acción política realizada por Julio Cortázar al obtener el Premio Médici y otorgar el dinero a la resistencia chilena que enfrentaba a la dictadura de Augusto Pinochet, levantó polvareda y las críticas contra el escritor cayeron como latigazos.

Con el correr del tiempo, este hecho digno y ejemplar mantiene su vigencia y nos lleva a pensar en el rol del artista frente a las injusticias del mundo. Cortázar no llevó a cabo esta acción para lavar culpas o, como muchos decían, desde la lejanía mantener una postura de izquierda sin embarrarse los pies, sino que fue coherente con una concepción que había abrazado hacía tiempo: el socialismo. Porque Cortázar, viviendo en Francia, no dejó de estar pendiente de América latina ni un solo minuto de su vida. Y no sólo eso, Cortázar participó, discutió, viajó y compartió alegrías y tristezas mientras se construían las revoluciones en Cuba y Nicaragua.

¿Quiénes impugnaron la decisión de Cortázar? ¿Desde qué lugar se criticó con fiereza de salón el principio elemental de una sociedad nueva y justa que es la solidaridad? ¿Qué hacen esos señores, que sacaron a relucir sus manuales de marxismo impoluto y frío para golpear a Cortázar, en estos días?


En 1974, cuando Cortázar recibió el premio, el diario La Opinión reprodujo esas voces. Entre los textos que aparecieron, todavía hoy resalta la claridad de uno de ellos. Haroldo Conti, al defender a Cortázar, escribía y pensaba como lo hacen las personas de alma grande. El otro, el explotado, el sometido era lo importante frente al proceder de Cortázar. Decía Conti: “Cuando leí la noticia del premio que acababa de recibir Julio Cortázar y su actitud política al donarlo a los hermanos chilenos, me puse justamente en lugar de esos hermanos”. Y continuaba el autor de Mascaró: “A qué enturbiar, pues, esa actitud solidaria, fraterna, políticamente útil, con cargosas precisiones sobre el compromiso”.

Conti también realizaría una lectura que, con el paso del tiempo, se mantendría vigente. “Yo aprecio esto de Cortázar -escribió- y se lo agradezco y creo que es bueno que se quede allá (en Francia) aunque sea nada más que para eso. Porque cuando enmudezcan todas las voces, habrá todavía una, salvada por la distancia, que señale y condene, que denuncie y ayude, que movilice y congregue”.

La actividad de Cortázar durante la dictadura militar, junto a miles de personas, reafirman estas palabras. Incansable militante, el autor de Rayuela denunció el genocidio y estuvo a disposición de los exiliados que lo convocaban para actos y movilizaciones; abrazó la lucha de las Madres porque las sentía compañeras y, finalizada la dictadura, tuvo que soportar los desplantes y mezquindades del presidente Raúl Alfonsín que no lo recibió.

En estos tiempos, donde escritores e intelectuales parecen dormir un sueño eterno de comodidades, donde una cultura de fachadas, como describió David Viñas, tapa a las favelas del país, los posicionamientos políticos de Julio Cortázar funcionan como faro. Un escritor que defendía la imaginación y discutía el socialismo desde la fraternidad para, de esta forma, lograr la libertad del pueblo.
 
  Buenos Aires, febrero de 2007

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