martes, 29 de marzo de 2011

Malcom X, la juventud y el cambio social


El gran mecanismo que las clases poderosas de Estados Unidos aplican para desfigurar a los líderes sociales que dio la historia de esa nación, se demuestra luego de hacer un repaso por el libro Malcom X habla a la juventud, editado por El perro y la rana en 2007, y que reúne discursos pronunciados en Estados Unidos, Gran Bretaña y África.

Silenciado y ocultado, este activista que construyó su vida de resistencia en las calles de Harlem, fue víctima de la constante acción negativa de la propaganda esgrimida desde Washington.

Comparado de forma confusa o en el mismo plano con dirigentes como Martin Luther King, o apuntado como una amante de la violencia sin sentido, y hasta acusado de racista, Malcom X fue producto de una época en la que crecían las luchas sociales en Estados Unidos.

En los discursos de este dirigente, nacido el 19 de mayo de 1925, queda plasmada la denuncia a un sistema político que ya estaba consolidado como imperialista, además de los combates, no sólo por los derechos de los negros, sino por cambios políticos más profundos en Estados Unidos.

También se aclara un punto polémico como el llamado a la violencia atribuido a Malcom X, que en realidad era el derecho inalienable de un pueblo para defenderse de las agresiones sistemáticas, en este caso de grupos de extrema derecha como el Ku Klux Klan.


Orador excepcional, activista incasable y pensador lúcido frente a los movimientos de liberación que se desarrollaban en América Latina y África, en este puñado de intervenciones se leen reflexiones cotidianas que muestran la opresión segregacionista en Estados Unidos y los análisis sobre el devenir del mundo.

De esta forma lo ejemplificaba el propio Malcom X en un discurso en la Universidad de Ghana, el 13 de mayo de 1964, cuando relataba que los negros en Estados Unidos nacían en un país que “se las da de mundo libre y uno todavía tiene que suplicar y arrastrarse sólo para tener la oportunidad de tomarse una taza de café, entonces la situación es verdaderamente deplorable”.

En una intervención frente a los estudiantes de la Universidad de Oxford, en diciembre de 1964, se presentaba sin ningún tapujo como una víctima directa del sistema estadounidense, al que calificaba de “muy hipócrita” y denunciaba que “se pasea por toda la tierra presumiendo que tiene el derecho de decir a otros pueblos cómo deben gobernar sus países, cuando ni siquiera puede corregir las porquerías que ocurren en su propio país”.

Conociendo la opresión de cerca luego de pasar varios años en la cárcel por su juventud como delincuente, y tener familiares, entre ellos su padre, muertos por grupos fascistas blancos, Malcom X fue asesinado el 21 de febrero de 1965 durante una reunión de la Organización de la Unidad Afro-Americana, que había creado hacía menos de un año.

El llamado a la resistencia y a una unidad entre los desposeídos fueron sus últimas acciones y pensamientos, como lo dejó en claro en la misma intervención en Oxford, donde señaló a los presentes que “(...) ustedes están viviendo en una época de extremismo, una época de revolución, una época en la que tiene que haber cambios. La gente que está en el poder ha abusado de él, y ahora tiene que haber un cambio y hay que construir un mundo mejor, y la única forma en que se va a construir es con métodos extremos. Por mi parte, me voy a unir a quien sea; no me importa del color que sea, siempre que quieras cambiar las condiciones miserables que existen en esta tierra”.

(Publicado en www.avn.info.ve)

jueves, 24 de marzo de 2011

Los forasteros


La noche en que llegaron los forasteros la tranquilidad reinaba en el bar del Máquina. En realidad, en ese boliche de paredes descascaradas y techos altos casi nunca había problemas. Algún borracho un poco violento o apenas unas amenazas que nunca llegaban a más en medio de una partida de truco; esas cosas permitían un descanso a tanta serenidad y monotonía.

Los forasteros, así dijo Daniel cuando los vio entrar y nos reímos porque la descripción tenía más que ver con una película de vaqueros sucios del oeste, que con una ciudad rodeada de vacas pastando y girasoles brillantes que crecían al ritmo de las lluvias.

Pidieron una cerveza, mientras se acomodaban en las banquetas frente a la heladera-mostrador. De todos los que estábamos en el bar, creo que nosotros solos nos dimos cuenta que habían entrado.

Cuando terminaron la cerveza pidieron otra. Le preguntaron algo al Máquina, que respondió tranquilo y con media sonrisa en la boca.

Nosotros seguimos hablando, respirando el humo de los cigarrillos y recordando un viaje frenético al río que comenzó un viernes a las cuatro de la madrugada y terminó una semana después en un asilo para ancianos, jugando dominó y escuchando historias de cómo los estancieros de la Patagonia salían a cazar aborígenes y peones díscolos a principios del siglo veinte.

Los forasteros dejaron media botella de cerveza. Saludaron al Máquina y salieron a la calle. Nosotros tomaríamos el mismo camino, cruzar la puerta del bar, perder el resto de la noche por las calles y ver los primeros rayos de sol mientras se escapaba otro día.

Unas madrugadas después el diario mostró en primera plana la foto de uno de los forasteros. Lo buscaba toda la policía del país por el robo de un banco en una ciudad cercana.

El Máquina se lamentó bastante. Era buena gente, dijo. Y nos aclaró: por robarles a unos hijos de puta, esos muchachos siempre van a ser bienvenidos a este bar.

(Caracas, 23 de marzo, 2011)

martes, 15 de marzo de 2011

El Apocalipsis según San George: historia de los neoconservadores hasta sus rincones más profundos


Si existe un libro que muestra hasta los más profundos rincones del poder neoconservador en Estados Unidos, ese es El Apocalipsis según San George, del filósofo e investigador cubano Eliades Acosta Matos.

Publicado por Ediciones Abril en 2005 y disponible para bajar en www.cubadeabate.com, esta minuciosa investigación no pierde su actualidad, teniendo en cuenta el avance de la derecha norteamericana, en particular a través del Tea Party.

Partiendo desde su nacimiento a principios del siglo XX y hasta la llegada al máximo esplendor durante el gobierno del presidente George W. Bush, los neoconservadores comenzaron como un pequeño grupo de intelectuales que venían del campo de la izquierda para, luego de traicionar su propia ideología, convertirse en los más influyentes propulsores de las políticas de guerra norteamericanas.

Un gobierno reducido, un alto poder a las élites, la siempre presente amenaza de fuerzas externas a la seguridad de Estados Unidos y la defensa inquebrantable del complejo militar-industrial, forman parte de lo que el autor denomina la “galaxia neocon”.

A esto se suman sus posturas mesiánicas y moralistas donde la superioridad de Estados Unidos es un mandato preestablecido imposible de rechazar, además de sus tendencias a las conspiraciones desde las sombras.


En el libro de quien fuera director de la Biblioteca Nacional de Cuba por una década también se detalla uno de los motores principales del poder neoconservador: los tanques pensantes, como la Rand Corporation, que generan pensamientos y acciones financiadas con millones de dólares.

“¿No es interesante observar la manera en que se produjo el ascenso y la llegada al poder de este pequeño grupo de ideólogos" -se pregunta Acosta Matos- Su imposición dentro del espectro ideológico norteamericano, incluso, dentro de la propia derecha conservadora, ¿no recuerda, acaso, la emergencia de un tipo de fuerza fundamentalista, como la del fascismo alemán, que se impone mediante una agenda despiadada, sin matices, de ideas simplistas repetidas hasta el infinito; que exige sumisión, antes que coherencia; que no admite tonos diferentes a los propios, y que apela al terror intelectual para prevalecer sobre sus oponentes y críticos"”.

El Apocalipsis según San George es como un reloj antiquísimo donde sus piezas no sólo fueron separadas una por una, sino que están detalladas de manera precisa sus particularidades más mínimas.

Con una investigación bibliográfica profunda, Acosta Matos desentraña un tejido político e ideológico que tiene una influencia fundamental a la hora de tomar decisiones en Estados Unidos.

(Publicado en www.avn.info.ve)

jueves, 10 de marzo de 2011

Queremos tanto al Carpo


A Nicolás Rzonscinsky, porque nos gusta Pappo y punto

El recuerdo es el siguiente: calor despiadado, humedad, transpiración propia y ajena en el cuerpo y un batallón de músicos sobre el escenario. Al frente de la tropa, Norberto Napolitano, o Pappo, o el Carpo.

Creo que era el 2000, aunque no me acuerdo bien. No hacía mucho que me había ido a vivir a Buenos Aires. Pappo, al que había escuchado por primera vez cuando salió su disco con el éxito "Mi Vieja", ahora comandaba un recital de antología en Obras. Creo que tocaban "Blues Local". Y en el escenario estaban el Carpo, La Renga, Tapia de La Missisippi, Botafogo, Omar Mollo, el bestial Alejandro Medina, los muchachos de ANIMAL y vaya a saber cuántos más. Todos ellos sostenidos por los compiches de Pappo en ese momento: el Bolsa González en la batería y Yulie Ruth en el bajo. Pero esa selección nacional de músicos no era un decorado: sonaban dos batas, las guitarras oscilaban entre un solo sonido distorsionado y riffs que parecía salir de las paredes y el techo, y vaya a saber cuántos bajos reproduciendo a puras bases esa fiesta.

Esa noche Pappo se trepó por una de las columnas de caños que sostenían el sonido. De la panza le colgaba una Les Paul negra. Brillaba esa guitarra. Y estoy seguro que todos adentro de Obras también brillabamos.

Músico exquisito y reconocido por tipos como BB King, a veces las letras de Pappo quedan de lado. Las toman medio en joda o dicen que son un complemento secundario en su rock & roll y blues. Esta visión, por lo menos, es un tanto equivocada. Los ejemplos de las buenas letras son muchas: "Sucio y Desprolijo", "El hombre suburbano", "Dos bajistas", "El brujo y el tiempo", son apenas un puñado.

Con el tiempo le presté cada vez más atención a El Viejo, un rock candente con una letra que cuando la escucho me hace pensar en mi viejo. Por esto solo, cada día la disfruto más.

Hace un tiempo atrás, un amigo me recordó cuál fue el prólogo a ese final a todo rock & roll en Obras. No sé si será cierto, tampoco lo puedo verificar demasiado, porque a esa altura del recital era muy probable que el pogo me tuviera con la cabeza acariciando el piso. Pero ese amigo me comentó que antes de "Blues Local", Pappo se sinceró y dijo: “Una vez quise ir a estudiar psicología, pero no entendí nada”.

Se podría decir que el Carpo murió en su ley, montado a una Harley  y en una ruta nocturna. En realidad, se tendría que haber ido de esta tierra zapando a brazo partido sobre un escenario. Aunque a cualquiera de los dos finales todavía los estaríamos maldiciendo.

(Caracas, marzo de 2011)

miércoles, 9 de marzo de 2011

La locura de su mirada


Había cierta locura en su mirada. Era tan común y cotidiana, que nadie de nosotros le prestaba demasiada atención. Pero apenas lo conocimos vivimos un estremecimiento conjunto y profundo. En un principio no hubo palabras o comentarios para decidir que su presencia intimidaba; solamente verlo y que las emociones más profundas comenzaran a temblar.

Esa noche el bar de El Máquina estaban tan tranquilo como de costumbre. Un poco de penumbra caía desde el techo, el humo de los cigarrillos volvía irrespirable el ambiente, las cervezas corrían frescas por las gargantas y algunos viejos discutían un partida de truco interminable y monótona.

La primera noticia sobre Arturo la dio el finado Mudy. Cuando respiraba, Mudy era una caja de Pandora que tenía recuerdos e historias que ahora descansan bajo tierra. Pero en ese momento, pasado nuestro primer estremecimiento, Mudy nos dijo que Arturo había trabajado muchos años en Somisa y que todas las mañanas viajaba a San Nicolás como lo hacían cientos de obreros.

Ese peregrinar de trabajadores finalizó a principios de los noventa, cuando las privatizaciones fueron la política oficial y la industria nacional iniciaba una caída en picada. Así lo dijo Mudy, que nunca silenció alguna de sus ideas y por eso ahora lo extrañábamos.

Arturo había pasado a formar parte de ese apelativo sensible y perverso que se denominó “retiros voluntarios”. Mientas muchos de sus compañeros se desesperaban por el dinero que les daban de indemnización y no dudaban a procrear kioskos en una ciudad pequeña, Arturo pensó durante varios días qué hacer.

Antes de revelar el final de ese fragmento de la historia, Mudy pidió otra cerveza, apagó el cigarrillo en un cenicero que decía Cinzano y saludó a Don Ruiz, que entraba al bar como todas las noches.

En esos días en que pensó sobre el futuro, dijo Mudy, el tipo decidió que la locura no lo iba a agarrar desprevenido. Como contuvo la necesidad de salir a matar, planeó hasta el último detalle cómo hacer más complicada la vida de quienes lo habían despedido.

Entonces Mudy relató que Arturo se dedicó a sabotear los autos de los directores de Somisa y sus casas. Hacía cosas mínimas, poco peligrosas, como aflojar las tuercas de uno de los neumáticos y cuando el auto arrancaba se desplomaba a los pocos metros, o cortar todas las semanas la conexión eléctrica en la casa de un jefe que había negociado con la patronal. Él decía que esto servía para que se dieran cuenta que no iban a estar tranquilos.

No sé si seguirá en eso, dijo Mudy mientras sonreía.
   
Esa noche nos fuimos temprano del bar. Un poco por cansancio y otro poco para hablar en tranquilidad sobre la historia de Arturo. Lo seguimos viendo durante varios meses, hasta que se fue a vivir a Córdoba. Mudy dijo que quería más tranquilidad y naturaleza, aunque muchos pensamos que comenzaba una persecución silenciosa contra quienes lo habían dejado sin trabajo.

(Caracas, marzo de 2011)